Emigré dos veces. La primera, tenía veintipico y me fui a Nueva York sola, sin papeles, sin conocer a nadie, a buscar trabajo. La segunda vez, tenía 47 años, marido y dos hijos, nos fuimos a Madrid. La enorme diferencia es que en la primera emigración , sabía que iba a volver a vivir a Argentina.
La primera vez, quería irme por la experiencia, para abrir mis fronteras mentales, convivir con otras culturas y, a decir verdad, un poco para huir de mis viejos. Me acuerdo de un momento exacto, como si fuera una foto, viajando en el subte de Nueva York, pensando fuerte “Me quiero quedar”.
Fueron algunas idas y vueltas a Buenos Aires con la explosión de las Torres Gemelas en medio, que fue de lo más loco que me tocó pasar, que me hizo dudar sobre quedarme o irme.
Decidí intentarlo.
Al principio viví en lugares horribles, que era lo que podía pagar. En el primer departamento en el que estuve, apareció una rata enorme en la mitad de la noche y grité como en las películas de Hitchcock. No vino nadie a rescatarme.
Finalmente, un miércoles, estaba en un baile que armaban en el bar del último piso de una de las Torres Gemelas, era la noche latina. Estaba sonando “La pollera amarilla”, de Gilda cuando me llaman para avisarme que iban a hacerme la visa de trabajo. Justo ese disco se llama “Un sueño hecho realidad”.
Viajé un montón por trabajo, me ayudó mucho gente que apenas conocía y estaré por siempre agradecida. Me daba mucha vergüenza hablar en inglés, pero con el tiempo me fui acostumbrando. En el fondo, sentía que era mi manera de no terminar de adaptarme, de saber que algún día me iba a ir.
De ahí, fast forward 6 años, hasta que nació nuestra hija y decidimos volver a Buenos Aires. Teníamos el enorme deseo de que Sofi creciera con familia cerca, con tostadas con dulce de leche, con muchos amigos. Y eso estaba en Argentina. Esto definitivamente no ocurrió como lo planeamos pero valió la pena el intento.
Después de 12 años en Buenos Aires, se estaba complicando la cosa, como ocurre cada x tiempo en Argentina y empecé a escuchar a mucha gente diciendo “Me voy a la mierda”, cosa que se dice fácil… pero nosotros lo pensábamos en serio. Estábamos pensando en Madrid ya que marido e hijos tenían pasaportes europeos.
Algo que me gustó cuando aterrizamos en esta ciudad es que el código del aeropuerto sea MAD (Además de Madrid, MAD, en inglés significa loca / enojada). Sentí que teníamos algo en común. Yo me sentía un poco MAD por haber decidido, con una hija adolescente y un hijo púber, abandonar todo lo conocido y mudarnos a otro continente. A otro todo.
Realmente el primer año fue caótico, entre trámites estresantes y la furia de mi hija, por haberla sacado de su lugar en el mundo. Hoy, después de más de 5 años, estamos contentos y agradecidos de vivir acá. Aún nos resulta increíble haberlo logrado.
Conocí a Fer, mi marido, en Nueva York a fines del 2000. Muy al principio de la relación, se nos ocurrió hacer una lista de las cosas que cada uno quería para su vida, podía ser cualquier cosa. Ambos coincidimos, sin haberlo hablado antes, en VIVIR EN EUROPA. Encontramos esa lista un poco desteñida, dieciocho años después, tras muchas mudanzas, justo cuando estábamos desarmando nuestra casa de Buenos Aires y armando las valijas para venir a vivir acá.