Si en algo fui inocente en la vida, casi boluda (Excuse my french)… es en creerme la maternidad rosa.
A los 29 años, estaba vivendo y trabajando en Nueva York. Conocí a Fer, un argentino, pianista, me enamoré y me agarraron unas ganas tremendas de tener hijos. En realidad, toda mi vida quise tener hijos. Obvio que patriarcado manda, y nos casamos antes. Al final, soy bastante tradicional.
Tres años después, nuestra primera hija iba a nacer. El embarazo fue genial, y yo ya estaba preparada para el “Vivieron felices por siempre”. Cuando nace Sofi, en el New York-Presbyterian Hospital, uno de los hospitales más importantes de Nueva York, pifian con la cantidad de peridural y básicamente el parto se complica bastante. En el medio de la situación crítica, el anestesista nos increpa tratando de determinar si íbamos a demandarlo, típico yanqui. What?! Como el parto no avanzaba, me llevaron de urgencia al quirófano y nos hicieron firmar una autorización para usar una sopapa de silicona (vacuum) para sacar a Sofi. Nos advirtieron que podía nacer con muerte cerebral, parálisis y demás cuestiones. Aterrados, decidimos con Fer firmar porque yo sentía que Sofi estaba casi afuera aunque por la sobredosis de peridural podía sentir bastante poco.
Por suerte, Sofi nació bien, solo con una lastimadura en la cabeza por un monitor que me habían puesto y sangre en el ojo por el esfuerzo. Cuando finalmente Sofi nace y me la dan, me puse a llorar y las enfermeras creyeron que era porque me dolía algo. No se dieron cuenta de que ver a Sofi era lo más increíble que me había pasado en la vida.
En ese momento, vivíamos solos en Nueva York, no teníamos familia cerca ni ayuda de nadie y yo trabajaba ya que de eso dependía mi visa. Tuve la enorme suerte de conseguir un trabajo de medio día, que no es habitual. Eso significaba poder darle la teta a Sofi pero también ganar la mitad que antes.
Creo que nos pasó a todas quienes fuimos madres: lloraba de cansancio, iba al baño con ella a upa, y miles de etcéteras. Maternidad rosa, gracias y de nada. Aunque, a favor de la maternidad rosa, debo decir que Sofi me parecía lo más increíblemente maravilloso del mundo y estaba profundamente enamorada de ella.
Cuando Sofi cumplió 8 meses decidimos volver a Argentina, donde todo era más sencillo, o eso pensábamos. Lo bueno es que en Buenos Aires teníamos lavarropas y ascensor, cosa que en nuestra casa de Brooklyn no ocurría. Con un bebé, el lavarropas era Dios.
En la segunda emigración, Sofi ya tenía 13 años y Dante, su hermanito, 10. Y fue uno de los momentos más duros y desafiantes de nuestras vidas. Jamás imaginamos cuánto.
Sofi era Roberto Carlos en Argentina, literalmente tenía un millón de amigos. Y nosotros la sacamos de ahí, no muy democráticamente, que digamos. Nos odió. Se puso mal en muchos sentidos. Aún vemos algunos efectos de esa época. Llevó muchos años, terapia y demás, para que fuera mejorando. Realmente fue durísimo. Y después, empezó la pandemia. Acá, en Madrid, fue todo muy de golpe: no había barbijos ni alcohol en gel, ni sabíamos bien de qué se trataba. Contaban los muertos en la tele de a miles todos los días. Además, nosotros nuevamente estábamos solos en la emigración, con lo cual no podía pasarnos nada ya que no teníamos con quién dejar a los pibes. Creo que hice una maestría en barbijos y sistemas de ventilación. Realmente estaba obsesionada.
Fuimos zafando del Covid hasta que pudimos viajar a Argentina post pandemia. Ibamos por tres semanas. ¡Ahí nos agarró! Mi hija, Roberto Carlos, pasó los primeros días en Buenos Aires de joda, con su millón de amigos. Volvió diciendo que estaba cansada. Yo pensé, obvio, si no duerme desde que llegamos. Obvio, era Covid y nos lo pegamos todos. Podría seguir, pero ya entendieron…. Chin pum.