Toy tapizada

Hace rato que veníamos hablando con mi amiga Lucy lo cuesta arriba que se hace criar a nuestros hijos lejos de la familia, en un país con otro idioma y en nuestro caso, con un niño que requiere más apoyo de lo habitual ya sea médico o escolar. Bancarse todo sola no es fácil me decía, ¨siento que me estoy volviendo loca¨. Lucy decidió volverse a Perú después de 15 años viviendo en Inglaterra, eligió estar cerca de su familia y amigos donde pudiera encontrar bienestar emocional y dejó de lado su estabilidad económica porque esta sociedad la miraba indiferente. Me alegré como si fuese yo la que se iba. Sin embargo estos últimos días encontré un calorcito comunitario que me hizo cambiar la mirada un poco.

Esta semana fue el funeral de un amigo. Gracias a él estamos viviendo acá en Brighton, nos hospedó, nos dio trabajo y fue nuestro garante para quedarnos en este país, entre otras cosas. Eso fue inmenso para nosotros, no tuve la oportunidad de despedirme porque lo que pasó no lo esperaba nadie.

Era la primera vez que iba a un funeral inglés, entonces pregunté cómo era la dinámica y qué tenía que llevar, pero así como Alister, fue atípico, lleno de música, poemas, lágrimas y llantos con ruido, como él hubiese querido. El lugar estaba lleno de gente, personas que se unían en abrazos mojados. Alister era muy querido y no tanto, pero de todo lo que era, nadie negaba su generosidad. Fue duro para mí la noticia, todavía no lo borro de mis contactos de emergencia en el celular. En los primeros años conocí sus amistades y nunca más los vi, pero ese día ahí estaban todos, como si hubiesen salido de sus cuevas para encontrarse y recordarlo. Fue hermoso ver a tanta gente despedirlo tocando un instrumento, escuchando Fantastic Men, con lágrimas en los ojos y sosteniendo una sonrisa forzada que pesaba en el corazón, pero haciéndome ver que su familia y amigos necesitábamos estar ahí apretados mientras sentíamos el viento frío filtrarse entre nosotros.

Para contrarrestar esa tristeza, ese mismo día nos encontramos con la generosidad de la gente que nos conoce y mucha que no. Hace rato que queríamos que Noam, mi hijo, conozca a su familia y nuestros amigos en Argentina. Y por motivos de salud y económicos se hacía imposible. Hasta que decidimos ir y con algo de ayuda familiar pudimos pagar los pasajes; pero el tema fue cuando nos enteramos del valor altísimo del seguro de viaje que Noam necesitaba por su condición.

Pagarlo de un tirón era impensado pero era la única opción que nos daban, como manotazo de ahogado, empezamos un Crowdfunding para juntar aunque sea una parte del monto, sin pensar que íbamos a llegar al estimado. La gente a parte de donaciones, nos escribía mensajes deseándonos buen viaje y palabras de cariño que no esperábamos. Para nosotros esos mensajes fueron abrazos calentitos que nos dieron fuerza y nos hicieron sentir muy queridos.

Aunque siento que cuesta mucho esto de encontrar comunidad o sentir que vivo en una, porque noto la diferencia en lo cultural, tengo que admitir que en los momentos más difíciles o que más se necesita, las personas se unen y se solidarizan, a veces pienso que nos hacen creer lo contrario.

Vemos hombres poderosos y rotos que gobiernan para la destrucción mientras que en nuestras pantallas desborda la crueldad y la hipocresía. Tengo miedo a la pérdida de la empatía humana.

Esta semana cerré mis párpados para desconectarme del afuera. Quería volver a sentir lo esencial en mi vida para cuidar mi salud mental. Refugiarme en mi familia, en la lectura, en la escritura y encontrar el soporte en la comunidad de mujeres que me ayuda a resistir y activar siempre.

Como dice la canción de Ana Tijoux, y que Noam canta todo el tiempo:

¨… soy millonaria, miles de afecto’, afortunada,

Toy tapizada, una familia que siempre me abraza,

Soy millonaria, tengo mi piño, mi casa, mi gata,

Toy tapizada (unas amigas que siempre me apañan)…