Ser feminista para mí implica asumir que vivo en una realidad que vivencio como un plano inclinado en contra de lo que me conviene a mí como ser humana. Asumir que si dejo de prestar atención, seguro voy a hacer algo en contra de mí misma. Y que, aun si presto atención, es muy probable que de todos modos actúe en mi contra porque incluso mis pensamientos y mis sentimientos están moldeados por el patriarcado. Ser feminista también implica reconocer que esto nos pasa a todas.
La guía más importante que me aportan los feminismos es la identificación de los mandatos de género. Desenmascararlos y compartir experiencias personales con las compañeras, me permite contrastar mis acciones, deseos y sentimientos con esos moldes.
Cuando me doy cuenta que deseo algo que va en línea con lo que prescribe un mandato (lo que me ocurre muchísimas veces, casi siempre en realidad), intento frenar y reconsiderar, darle lugar a la duda respecto de qué quiero hacer o intentar hacer, de si realmente eso me conviene, si me acerca a como quiero sentirme, como quiero ser tratada, como quiero tratarme, como quiero vivir.
El mandato que más reconozco que opera en mí en este momento es el de la incondicionalidad: complacer, cuidar, estar disponible, priorizar los deseos y necesidades de las demás personas sobre los míos y sentir que su amor hacia mí depende de esas actitudes mías. Y como nos venden que eso es ser buena, diferenciar ser solidarias del mandato de incondicionalidad me resulta difícil.
Clara Coria distingue a la solidaridad del altruismo que se asigna a las mujeres como mandato. Si actuamos desde la solidaridad, hay reciprocidad, no hay una persona que se aprovecha de la otra, hay límites, no hay servilismo, hay lugar para que cada persona se desarrolle, sea valorada, respetada, tenga su espacio. El altruismo como mandato de género, por el contrario, genera sumisiones y privilegios.
Pasar las situaciones por ese filtro me sirve. Y también registrar mi hartazgo, mi malhumor, mi fastidio, porque muchas veces me muestran que me pasé de la raya y caí en la incondicionalidad.
Y justo que veníamos reflexionando sobre cuándo descansamos las mujeres, todo esto de identificar cómo los mandatos me llevan de las narices e intentar tomar distancia de ellos, me resulta bastante cansador. Pero intentar cumplir con los mandatos me resulta mucho peor. Con lo cual, intento elegir el menor costo, aunque sea alto. Si me voy a cansar, que sea haciendo algo que de a poquito me lleva hacia donde quiero estar.
Cuando estoy con mujeres adultas, entre pares, es cuando siento que el plano está menos inclinado, puedo relajarme más sin actuar tan en mi contra. Es un descanso. Esa experiencia me permite volver a mis relaciones con varones y con hijxs mejor plantada.
Marcho el 8 de marzo una vez más para tomar y dar fuerza a nuestro inmenso movimiento, para sentir que compartimos convicciones, para seguir con este trabajo que es personal y colectivo, que muy de a poco, a veces con algún gran avance y otras con grandes retrocesos a nivel social, nos ha permitido vivir vidas más autónomas a las mujeres. Y digo autónomas como menos dependientes y oprimidas, pero juntas, acompañadas, en red.
SI NUESTRAS PUBLICACIONES TE SIRVEN, SI CREES QUE NUESTRA VOZ ES NECESARIA. MÁS QUE NUNCA NECESITAMOS TU APOYO.