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Llegó el momento en esta campaña de hablar de la separación.
Otro gran tema para soltar la novela.
La separación, la ruptura, el final del amor, el divorcio, no aguanto más, punto final, the end.
En la lógica del amor de novela, hay un amor verdadero, el único, para toda la vida, que nace a partir del flechazo, nos miramos y nos atraemos como el imán al metal, somos tal para cual. Estamos predestinados, nos está sucediendo eso que vimos tanto en las películas. Por fin nos toca a nosotras!. Llegó el amor, y cuando el amor llega hay que darlo todo para que exista, para que viva, para que siga. No importa si se sufre y si hace mal, porque hay amor, y el amor todo lo puede y alcanza para superar todas las adversidades.
Entonces nos quedamos aguantando la violencia, la carga mental, la explotación, por amor, eso es lo que se espera de nosotras como buenas mujeres cuando amamos, y es lo que se espera del verdadero amor.
Hasta que un día, o decimos basta nosotras, o dice basta el otro, por lo que sea, porque se cumplió el ciclo, porque había violencia, porque nos dejamos de caer bien.
En la lógica del amor de novela, una ruptura, separación, divorcio, es una catástrofe, es un dolor infinito, un agujero sin fin, un morirse casi, te diría.
La separación es vivida como un fracaso vital, existencial, es un arrasamiento desmedido, y lo vivimos así porque en este modelo, en este ideal femenino en el que somos educadas y producidas, la pareja nos constituye. Nos hace “ser”, no solo frente a los demás sino también frente a nosotras mismas, nos vemos y nos ven como mujeres buenas, normales, confiables.
Hemos entregado nuestro tiempo, nuestra energía psíquica, nuestros recursos materiales y simbólicos a construir y sostener “la pareja”, es un proyecto y un trabajo en si mismo que tenemos que hacer para ser alguienes y no ser nadies, y en general llevamos a cabo nosotras solitas.
Somos nosotras las que nos asimilamos al gusto del señor en cuestión, a sus hábitos, y a sus vínculos, somos nosotras las que vamos a priorizar sus intereses, necesidades y proyectos, somos nosotras las que vamos a hacer lo que sea para que se lo pasen bien, estén a gusto. Somos nosotras las que nos vamos a opacar para que ellos brillen. Ese es el costo, de tener una pareja, en la mayoría de los casos, en la heterosexualidad. Y lo pagamos.
Cuando ese proyecto al que le pusimos tanto se termina, parece que se termina el mundo, no sabemos quienes somos, ni quienes éramos, ni que queremos, ni si la vida tiene sentido, ni si vamos a poder seguir viviendo. Y esto es más allá de quien toma la decisión, aunque en general cuando nos dejan de querer es mucho peor. Porque ¿que es una mujer si no es elegida por un varón?
Es que es tanto lo que ponemos en la pareja, tanta la inversión para que funcione, para que dure, para que encaje en el guión de la peli, que si no hay eso. ¿Qué hay?
Además, el guión dice que si hacemos todo eso habrá recompensa, si cumplimos con el manual, deberíamos ser felices y “normales”, no cómo esas locas, rotas, falladas, femicoso, esas que no tienen pareja.
Y entonces cuando se termina, perdimos todo, incluso el halo de normalidad y aceptabilidad del que gozábamos, para los otros y para nosotras.
¿Qué? ¿Yo también estoy fallada?
Hay una sospecha que se cierne sobre mi si no tengo pareja, no soy tan normal, no soy tan buena, no lo hago tan bien, no soy confiable. En el fondo, algo rotito debo tener.
Nos miran así, nos miramos así.
Lo llevamos a terapia y nos convalidan el punto, si nena, tenés algo roto, es que sos muy xxx, o muy poco xxx… o lo que pasa es que en tu infancia xxxx, es que en el vínculo con tu papá xxxx. Casualmente en el mismo momento hay millones de mujeres en todo el mundo teniendo la misma conversación en un espacio terapéutico, siendo responsabilizadas de lo que el sistema hace con nosotras.
Para las mujeres, ser elegidas por un varón, es ser legitimadas para “ser”, para existir. Si no somos más elegidas o si el que nos eligió no funciona, hay algo nuestro, de nuestro valor y sentido que se pone en duda por el afuera y el adentro. La falla la rotura. Y nos sentimos arrasadas.
Es que además la ruptura siempre es culpa nuestra, significa que lo hiciste mal o elegiste mal.
Lo hiciste mal, porque que no diste lo suficiente, no aguantaste lo necesario, no explicaste todo lo que hacía falta; o te equivocaste cuando elegiste, elegiste mal, no era “el indicado”, porque si hubiera sido “el indicado”, “la media naranja”, estarían juntos, luchando contra todas las adversidades. Pero la separación, lo que viene a confirmar es que éste no era. Y ahora estás donde estás, porque te equivocaste con lo que sentías, no era amor “verdadero”, era un amor placebo, un amor trucho. La culpa es tuya, sos medio boluda.
En los dos casos, en general en todos los casos, de todo lo que concierne a lo que nos pasa a las mujeres, la culpa es tuya, nuestra.
Nunca de la desigualdad y la violencia estructurales, ni de la educación diferencial en el amor que recibimos varones y mujeres. No, vos sos la culpable.
Lo que quiero decir es que en esta lógica en la que tener pareja es tan constitutivo de nuestra identidad de buenas y aceptadas mujeres, cuando nos separamos, no sentimos solo el dolor del desamor o el duelo de lo que no fue ni será, sentimos un arrasamiento, dejamos de ser, si con pareja somos, sin pareja no somos nada.
El dolor que sentimos no tiene que ver con lo que está sucediendo, que es un desencuentro, una pérdida, o hasta ponele, una traición. No. El dolor, las consecuencias en general, lo que sentimos, ese arrasamiento, es excesivo, porque lo que se juega es nuestro ser completo.
Es un doble juego perfecto, porque el ideal femenino, nos tracciona hacia la violencia y la sumisión, a partir de convertir el hecho de tener pareja o no, en un tema identitario, una condición de existencia, y después, cuando estamos adentro, no nos deja salir, porque salir es fracasar, porque salir es que no haya nada.
El mejor indicador de que estas lógicas y estos guiones funcionan a la perfección es que no ponemos en duda el modelo, nos ponemos en duda a nosotras.
Lo hablamos con amigas horas y horas, con terapeutas que se prestan a este juego por desconocimiento o incompetencia. Analizamos al otro, revisamos cada detalle de la historia, para ver dónde estuvo el error, que hicimos mal con éste, para no repetir con el otro, el próximo, el que venga. Tratamos de descular, en que parte nos salimos del guión.
No ponemos en duda ni por un segundo que lo que está mal es, justamente, el guión del amor de pareja con el que fuimos educadas. No.
No ponemos en cuestión la desigual educación afectiva que recibimos varones y mujeres, nosotras para dar, ellos para recibir, ni podemos poner sobre la mesa que esto, funcionando así, ya implica una desigualdad y asimetría que calientan el caldo de cultivo básico para la violencia de género, en cualquiera de sus versiones.
Tampoco nos permite levantar la cabeza, y ponernos a pensar que en un contexto de desigualdad estructural, de violencia desatada contra las mujeres, de aval social para dañarnos, es muy difícil establecer vínculos donde encontrarnos con alguien que nos otorgue jerarquía de “otro”, de par, de igual.
No nos damos cuenta de que lo que está mal es la jerarquización de este vínculo por sobre todos los otros, lo que nos deja más aisladas, más solas y más dependientes.
No reflexionamos sobre el manual de género y cómo nos pone en un lugar de siervas, cómo nos hace achicarnos para sostenerle la autoestima alta a los compañeros, como nos empobrece el reparto de tareas, no, nada eso. Pensamos que las que no funcionamos bien somos nosotras.
Esto además encuentra aval en la literatura new age de cotillón, que no solo te responsabiliza de la violencia, del malestar, de la opresión, sino que además te dice que te quedes, porque el violento es tu maestro y te viene a enseñar algo.
Lo mismo sucede con muchos espacios terapéuticos que no tienen perspectiva social ni de género, entonces te pasás años invirtiendo tiempo y dinero en terapias en las que te terminan culpando a vos o a tu vieja, de lo que te pasa.
Soltar la novela es empezar a entender que no, que no fracasamos, que no es nuestra culpa, que no lo hicimos mal, que lo que está está mal es el modelo, que lo que está mal es todo el sistema social político y económico que nos necesita siervas y sumisas para seguir reproduciéndose a costa nuestra.
Es empezar a encarnar la idea de que una ruptura amorosa no pone en duda las que somos, probablemente por el contrario, nos abra la puerta a un camino de conquista de nuestra autonomía, de saber que necesitamos y tratar de conseguirlo, de salir al mundo a ver qué es eso que podemos hacer por nosotras y las otras.
Que claro que las rupturas duelen, cómo duele cualquier otra pérdida afectiva, pero es parte del proceso de la vida, es parte de estar vivas, y el dolor pasa y la vida sigue y en general, estamos mejor.
Que no ser elegidas por tipos, no nos baja el precio, que poder elegir con quienes y cómo vivir, es pura ganancia.
Que separarse no es romperse.
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