No fue Magia

Cuando decidí migrar traje conmigo una mochila que terminó pesando más que las valijas de ropa y cachivaches… hablo de la mochila de las fantasías, las propias y las que me apropié. Si bien algunas de esas fantasías se hicieron realidad, no fueron obra y gracia de la confluencia cósmica de energías del universo que me estaban esperando para bañarme con su luz y convertirme en una persona que vibra alto y recibe abundancia. No. Esas realidades, aunque pocas y muy diferentes de mi idea original, se concretaron a base de sangre, sudor y lágrimas de migranta (en sentido literal).

La pesada herencia tuvo bastante que ver…

En mi familia hubo antes una migranta con una historia fuerte y bien plantada: mi abuela paterna. Ella fue el ejemplo de buena migranta: laburó, formó una familia, se integró en el país que la recibió y siempre se mostró agradecida. Si a este ejemplo de migración sumamos los discursos instaurados sobre Europa, (que todo es mejor, que es otra cosa, que la mentalidad, la comida, los precios, la calidad de vida, la cultura del trabajo, la tranquilidad, la estabilidad, los salarios altísimos, que se puede crecer, etc.) obtenemos un resultado que no falla: la migración trae sin dudas prosperidad.

Y así partí, con la prosperidad como bandera y la idea de instalarme en una ciudad con mar en el sur de España, porque la gente allá es más abierta, laburar durante el verano de camarera para ahorrar y poder mudarme terminado el verano a Sevilla para concretar mi objetivo de perfeccionarme en baile flamenco. Ya en Sevilla buscar un trabajo part-time de administrativa para pagarme los gastos de las clases, ahorrar, y viajar, porque total, los salarios son altísimos. Tampoco venía mal agregar a la lista de deseos conocer a un buen mozo con quien construir un hogar diametralmente opuesto al que construyeron mis viejos. Un hogar tranquilo, sin gritos, ni golpes. Un hogar donde poder hablar, escuchar, reír, querer y ser querida.

¿Y qué paso? Se preguntarán. Nada, o todo.

Resulta que cuando llegué no conseguí laburo, tardé 9 meses en arrancar a trabajar unas pocas horitas, esa situación me generó tanta angustia que bajé 20 kilos en 4 meses. Las personas en la ciudad donde me instale no eran tan abiertas como creía y me sentí muy aislada y sola. Tuve muy malas experiencias en las casas donde viví y me mudé en el transcurso de 1 año un total de 5 veces. Mi experiencia laboral no servía en esa ciudad, los idiomas eran un plus, pero sin certificado oficial (de España) no podía acceder a puestos fijos, sólo suplencias. A Sevilla nunca fui, después de dos años me mudé a Barcelona, donde sí encontré laburo y me estabilicé, pero en trabajos a jornada completa. Recién 3 años después pude tomar las famosas clases de baile flamenco y hacer algunos viajes.

Incluso hubo giros inesperados…

Dejé de bailar y estudié una carrera. Me recibo en poquitos meses. Cambie de sector, ahora trabajo de lo que estudio y me encanta. Fue un proceso de varios años porque lo combiné siempre con laburo, con pandemia y dos despidos de por medio, ambos por ser una mala migranta, a diferencia de mi abuela, y osar poner límites a superiores que creen que por venir de afuera vamos a tolerar maltratos.

Ah…

Y sí conocí a ese buen mozo con quien construí ese hogar tan deseado.

Continuara…

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