Estar en Barcelona a veces se siente como estar adentro del cuento Alicia en el País de las Maravillas: a veces das un mordisco a la galleta que te hace chiquitita, así no pueden ver tu rareza, tu latinidad, tu ignorancia de los códigos sociales locales. Cuando estoy de ese tamaño observo, absorbo. La mayoría de las veces me sorprende la simplicidad del pensamiento que veo y escucho. Otras veces comes la galleta que te hace gigante. Miras a tu alrededor desde esa altura y ves lo minúsculas que se ven algunas costumbres: el individualismo, el alto consumo de alcohol, la escasa conversación profunda, la falta de intimidad. La fantasía de la Europa educada, libre, inteligente, visionaria, sabia, eficiente, se va rompiendo entre mordisco y mordisco. No me encontré con las eminencias ni los visionarios de mis fantasías. Esto significó una sorpresa muy grande y una mejora de mi autoestima. Veía como muchas de las costumbres latinas y que forman parte de la cultura femenina, que son constantemente menospreciadas y demonizadas, eran un aporte importante a la hora de establecer relaciones comerciales y tenían buenos resultados. El “hablar demasiado” no era sino explicar claramente los términos del trabajo que ofrecía y eso daba confianza. La “hipersensibilidad” no era sino la astucia de entender las situaciones desde los distintos puntos de vista lo facilitaba el acercamiento entre todas las partes. El “pedir demasiado” no era sino una postura que ofrecía un equilibrio para que todos los que participáramos del proyecto fuéramos beneficiados. El que pueda entender el valor de mis conocimientos y de mis rarezas es el resultado de la interacción con mujeres maravillosas que forman parte de mi red afectiva. Es en el encuentro con ellas que puedo mirarme con más amor y recibir los impulsos que me dan energía para seguir construyéndome mujer libre.
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