Harakiri

Durante la pandemia, tenía un sueño que se repetía: caminaba desde Talcahuano hasta Paraná por la Avenida Corrientes y era feliz.  El olor a la pizza de Guerrin me acompañaba en el trayecto, esquivaba baldosas rotas, miraba libros en la vidriera de la librería Hernández, seguía caminando y me sentía libre.  

La felicidad llegaba a su fin cuando me despertaba, encerrada con mi marido y mi hijo en otro barrio, en un primer piso contrafrente. La vista era la medianera del vecino de planta baja. 

Y me angustiaba. 

Entonces, aparecía el recuerdo de mi abuela Rosa y me sentía mejor.

Cuando yo era chica, pasaba mucho tiempo con ella porque vivía en su casa,  que gracias a su generosidad, era la mía.  Y, mientras hacía la comida, me contaba de su niñez en Italia: de la guerra, de la pobreza, de los refugios anti bombas… Eran tan horribles, que se murió sin poder viajar en subte porque no soportaba la sensación de encierro, que le hacía acordar a ese otro encierro: el de la guerra y el de las bombas. 

El recuerdo del sufrimiento de mi abuela era mi recurso para poner las cosas en perspectiva, en aquel 2020.  También me acuerdo de lo agradecida que estaba mi abuela de la Argentina, que le había dado “todo”.  

Me doy cuenta de que extraño a mi abuela y me pregunto qué pensaría de la situación actual.  Busco en mis recuerdos y no encuentro mucho: sólo la mandíbula rígida cuando se nombraba a Il Duce. 

Harakiri

Hoy fui a pagar la colonia de vacaciones de mi hijo.  Mientras hacía la fila, veía a un matrimonio japonés que discutía los precios en un castellano rudimentario. Admiré la paciencia de Pablo, el organizador de la colonia, que hacía todo lo posible para comunicarse de manera clara, sin éxito.  

El desencuentro iba en aumento hasta que Pablo se dio cuenta de que las tarifas que manejaba la pareja eran de otra colonia, con un nombre muy parecido a la de mi hijo.  

Ante ese descubrimiento, suspiraron aliviados y pudieron finalizar la inscripción con billetes y apretón de manos.

En mi caso, el trámite fue rápido: fui con la plata justa, tengo un solo hijo y ya soy clienta.  

Es más, iba con una amiga, que quería averiguar de la colonia.  Al momento de pasarle el precio, Pablo le dijo que en enero aumentaba, no sabía a cuanto.  

Ambas soportamos la información en silencio.  

Lo que no pude tolerar fue la siguiente frase de Pablo: “Las cosas son así.  Hay que pasar por esto para salir adelante.  Yo lo voté.  Es como el harakiri”.

Entonces ahí sí respondí: “Pero del harakiri no salís adelante.  No es que te suicidás y resucitás”.

Nadie dijo nada más.

“Y a pesar de todo me levanto”

Afirma Maya Angelou, obstinada, soberbia, alegre, cantarina, desafiante.

Y yo me pregunto cómo llegué hasta acá en el relato. ¿Qué tiene que ver mi abuela con el episodio de la colonia? 

Al principio, no me di cuenta.  Pero ahora sí: cuando veía a los japoneses intentando entender, me acordé de mi abuela.  Ella me contaba que a los dos días de llegar de Italia, fue a trabajar a “la Alpargatas”. Que las compañeras la miraban feo y repetían “tana bruta”.  Y ella no entendía… ni el idioma, ni el país, ni la hostilidad.  Nada. Solo se aferraba a la esperanza de que acá iba a poder comer todos los días, si trabajaba y aguantaba.

Pensé en los japoneses, que más allá de su situación privilegiada, tan distinta a la de mi abuela, pasaban por ese estado de extranjería.

Y en ese momento, pensé en mi.  Recordé mi sueño pandémico y no pude evitar compararlo con mis noches actuales: tensión, angustia y, al despertar, una realidad que no elijo, que no me representa, que me da miedo y bronca.  

Yo, como ellos, soy una extranjera, que intenta entender. 

Mientras me pregunto cómo voy a salir adelante, escucho mi risa y la reconozco, disfruto una comida, encuentro refugio en la lectura y en las compañeras, me aferro con esperanza al amor de mi hijo, agradezco los intentos de mi marido de que algo me ponga contenta y me zambullo en las miradas amorosas de algunes compañeres de trabajo.  

Y repito como un mantra: #NOSTENEMOS.

Y me levanto.

Y me levanto.

Y me levanto.

Y me levanto.

Siempre.

1 comentario en “Harakiri”

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