De mi vida cotidiana como feminista

El feminismo en mi vida es la posibilidad de hacer todo diferente. Diferente de como lo vengo haciendo, de como me enseñaron que debía hacerlo. Y, especialmente, diferente de como las personas que me rodean muchas veces todavía esperan que actúe, responda, haga. 

Empecé a identificarme como feminista a través de lecturas cuando estudiaba en un terciario público, estaba casada y ya era madre de dos hijas.  Lo que leía me generaba bronca porque me permitía identificar ese malestar intenso que sentí tantas veces en mi vida y todavía siento.  Gracias a las palabras de las autoras dejaba de ser un malestar difuso, tomaba forma concreta y lo podía ver con claridad.  También sentía alivio porque empezaba a entender los motivos y dejar de cuestionarme. 

Me resulta difícil identificar cuando algo me produce malestar, cuando me acomodo más de lo que me resulta razonable o justo, cuando me someto.  Me nutro de lo que voy registrando de mi experiencia y de las experiencias de mis compañeras de grupos, nos iluminamos el camino entre todas con las herramientas que cada una identifica y desarrolla.  

Por supuesto que a veces me doy cuenta tarde (y otras ni me doy cuenta).  Cuando me duele la cabeza, me agoto, me siento enojada o fastidiada, sospecho que me pasé, me olvidé de mí, me tomó el mandato de incondicionalidad.  

Últimamente lo que tengo en la mira es la complacencia.  Me sorprende (y no me sorprende), lo complaciente que puedo ser.  Lo ardua que me resulta la lucha interna contra la inclinación a complacer que tan incorporada tengo. 

Me pasa con mis hijas adolescentes.  Tiendo a complacerlas asumiendo demasiadas tareas domésticas e incluso cubriéndolas a ellas cuando no se ocupan de lo que acordamos que les corresponde en el reparto.  Me resulta difícil sostener la incomodidad de reiterar pedidos y soportar su resistencia. 

Me pasa con mi pareja.  Me esfuerzo por detenerme, poner foco en qué quiero yo, proponer algo que nos resulte satisfactorio a les dos y estar atenta a respetar mis tiempos en soledad y con otras personas.  

Me pasa con mis compañeros de trabajo, cuando me cuesta tener en cuenta mi agenda sin amoldarme totalmente a sus necesidades o deseos. 

Me pasa con el padre de mis hijas.  Desde la complacencia, puedo conformarme con que sea un “padre presente”. Pero intento elegir la incomodidad de pensar y plantear pedidos concretos de tiempo, de recursos, de dinero aunque generen discusiones. 

Sé por experiencia que, si cedo más allá de mi propio límite, el costo para mí es muy alto.  Me enojo conmigo misma por no cuidarme y respetarme.  Me conviene pensar opciones en las que yo me sienta tenida en cuenta, que me dejen más tranquila.  Muchas veces me sorprendo con la aceptación que reciben mis pedidos o propuestas.  Me parece que tienen cierta conciencia de que se aprovechan.  Si me “avivo”, soy clara y firme, logro cambios que me gustan. 

Así soy feminista, pensando y repensando todo el tiempo qué me nutre, qué me conviene, qué quiero en este momento de mi vida.  Y si a las personas con quienes me relaciono les cuesta entender mis búsquedas, mis ensayos y errores, mis enojos y alegrías, quiero tomarlo como un halago, como una señal de que voy por buen camino. 

1 comentario en “De mi vida cotidiana como feminista”

  1. Gracias . Leyendo tus reflexiones puedo ponerle nombre a la incomodidad que me causan ciertas situaciones de la cotidianidad que no me dejan parada en un buen lugar para mi. Me agota que todos digan que soy buena e inteligente. Porque cuando no puedo priorizarme no se nota cuán inteligente soy. Abrazo y gracias por este espacio

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