Por María Etcheverriborde. Lic. en Artes Audiovisuales.
En la novela el sexo es re importante. Es la confirmación del amor. Sucede después de una cadena de demostraciones, que culminan con la entrega del cuerpo de la mujer como garante.
Pero ¿Cómo surge la idea de garchar? ¿Se les ocurre a los personajes femeninos? ¿Quiénes sostienen el deseo de ir a pegarse un revolcón? ¿Cómo son los cuerpos que generan las ganas de toquetearse ? ¿Qué edades tienen esas gentes ?
Para la sorpresa de nadie, la gente que la pone es siempre joven, hegemónica, tersa, flaca, blanca y propietaria. Y la idea siempre parte de un chabón.
Nosotras nos dejamos llevar, aceptamos, nos brindamos a un momento. Para ello, nos compramos elementos que nos hacen sentir sexis y atrevidas . Porque lo sensual siempre se construye por lo externo. Es la tanga, el baby dol o la música. Nunca somos nosotras.
Cuando las protagonistas pasan el umbral de los +35, los 4 planos que componían el acto sexual desaparecen, y queda un vacío. Un vacío construido, o mejor dicho ocupado por otros quehaceres: la maternidad, el trabajo, la casa, la familia.
El sexo se transforma en la excepción, y casi siempre en un contexto extorsivo o festivo. No hay puntos medios, y muchas veces aparece la torpeza, como paso de comedia que pone en evidencia la falta de práctica.
Se va construyendo un universo donde la falta de deseo es entendida como frigidez. Pero los motivos de la frigidez no van a ser entendidos.
Cansadas, preocupadas por el entorno, alejadas de todo universo de cuidado, interrumpidas, explotadas, los personajes dejan de cumplir con lo esperado en cuanto a frecuencia y predisposición. Y aparecen enojadas, alteradas, secas .
No obstante, van a buscar cariño, amorosidad, complicidad, escucha e intercambio con los personajes masculinos. Pero eso, lejos de ser leído como pedagógias de cuidado y encuentro, va a ser leído como la antesala a un garche que se demora en nuestra histeria. Somos las malas que no queremos entregar el chiche que entretiene.
Ellos se quejan, nos cuernean. Resultamos aburridas. No conectamos. No nos concentramos. No calentamos.
Así aparecen en pantalla de forma natural las escenas del muertito, el rapidito, el silencioso y el misionero. Nosotras, de cuerpo presente y mente vaya a saber donde, ocupamos la imagen acorde al mandato que sostiene la expropiación de nuestro cuerpo, deseo y exotismo.
Somos frígidas pero accedemos.
Es necesario pensar como estas imágenes de acceso carnal inconexo de deseo dialogan con la cultura de la violación y el porno.
Porque si no importa nuestra ausencia de deseo, si no se lee nuestra búsqueda por otros modos, tampoco parece importar mucho nuestro consentimiento.
Por eso: frígida no , adherida al paro.