Cómo siempre sucede con las campañas, nosotras abrimos un tema y la campaña cobra vida propia. Entramos a recorrer un camino que no sabemos adónde lleva. En este caso sucedió con la infancia, empezamos a hablar de las fantasías infantiles sobre el amor y de repente nos encontramos con miles, literal, miles de historias de sobre situaciones de acoso, abuso, golpes, tocamientos, forzamientos, la mayoría en espacios educativos, y no en la adolescencia como hubiéramos imaginado sino mucho, mucho antes, desde el jardín de infantes.
Son momentos difíciles para nosotras porque leer tanta violencia, tantas historias tan parecidas, nos rompe, nos afecta, nos duele, nos aterroriza. Sabemos que la violencia es estructural, que vivimos en un sistema de opresión que desjerarquiza y explota a las mujeres con crueldad, pero cuando eso se inscribe en nuestras historias y tiene olores, colores, momentos y sonidos, cuando nos damos cuenta de que todo es peor de lo que nos imaginábamos, se hace más denso, más indigerible.
Es doloroso y desesperante, porque si hay algo de lo que dan cuenta estas historias es del entramado de violencia en el que vivimos, docentes que propician, docentes que tratan de intervenir pero son sancionadas por las instituciones y los sindicatos, madres que intervienen intentando defender a sus hijas y no son escuchadas, madres de varones, que minimizan las actitudes violentas de sus hijos, madres de nenas que minimizan lo que les sucede a sus hijas, las tratan de exageradas y sensibles, padres orgullosos de sus pequeños pichones abusadores y bullys, padres que intentan intervenir y se encuentran con la violencia de los otros machos.
Todo lo que identificamos como violencia, nos es contado bajo el título del amor. Te lo hace porque está enamorado de vos, te lo hace porque gusta de vos. A nadie le parece importante que a vos no te guste el nene, ni que no te hayan preguntado, aparece pronto y clara la idea de que el presunto amor de los señoritos, justifica la violencia que vos tenés que recibir agradecida, porque alguien se fija en vos, porque le gustás a alguien. El consentimiento, bien gracias.
Varones que no ven en estas actitudes más que una “diversión”, el juego, la gracia de ser varones, de confirmarse varones frente a la manada. Varones que a la distancia ven lo que hacian, lo lamentan pero no les alcanza como para por lo menos disculparse, y la pregunta, ¿a quién le sirven tus disculpas? ¿Para qué me alcanzan?
Muchas de nosotras “desbloqueamos recuerdos”, no uno, no dos, no tres, muchos, muchísimos, forzamientos, toqueteos, que nos toquen la cola, la vulva, las mamas, que nos miren, que nos encierren entre varios, que nos peguen, que nos escupan, que nos levanten la pollera, que nos amenacen, que nos persigan y acosen, todo eso en instituciones educativas, con total aval de las autoridades en la abrumante mayoría de los casos.
¿Por qué esos recuerdos “se desbloquean”? ¿Por qué no nos acordábamos? Porque es insoportable vivir con eso. Pero sobre todo porque nuestro registro frente a esas violencias, fue desestimado por pares, por nuestros adultos responsables, por quienes estaban ahí para cuidarnos. Nos dijeron exageradas, nos dijeron que éramos sensibles, nos segregaron “amigas y amigos”, se nos rieron propios y extraños. Y entonces como siempre, pensamos que las inadaptadas éramos nosotras, que teníamos un problema porque todo lo que para otros era normal para nosotras era violencia.
También los bloqueamos porque la profunda e invivible injusticia en la que nos dejan, tener dimensión, quizás por primera vez de nuestra condición de género y de lo que esa condición implica, estar expuestas a la violencia desde que nacemos, sin que a nadie le importe. Saber siendo niñas, que estamos solas, que nadie -casi nadie- nos va a defender.
¿Cómo se puede vivir con eso?
¿Cómo se rompe nuestra confianza? ¿Cómo se destruye nuestra autoestima? ¿Cómo se drena nuestro poder? Así.
Cómo lo cuentan estas historias, a través de esta pedagogía de la crueldad en la que toda la sociedad nos educa. Una sociedad que avala al violencia de los varones sobre las mujeres sea a los 2 años o a los 80, impunes, impunes siempre. “Mal educados” -cómo gustan llamarlos- e impunes. Todo avalado.
Ese aval se lee en los testimonios que dicen “nadie hizo nada” “nadie dijo nada” “mi mamá me dijo que no era para tanto” “me preguntaron a mi que hice para que me acose” “el padre se lo enseñó” “la madre se reía y decía que eran cosas de chicos” y etc. etc. etc.
El aval aparece en cada historia que dice “no se podía hacer nada”, pero y también aparece en las historias de las que hicieron algo y la violencia cesó. ¿No era que no se podía hacer nada?
Ese hacer algo no fue en general por los canales institucionales, que son los que avalan la violencia de varones sobre mujeres. El hacer algo fue la mamá que agarró al nene afuera de la escuela y le dijo la próxima vez que toques a mi hija te voy a agarrar yo, la nena que le pegó una patada al agresor, la que dió un cachetazo, y despues de eso “ listo no me jodió mas” escriben todas, sorprendidas, ante lo increible, no era tanto lo que había que hacer.
Al mismo tiempo, las que “hacen algo” son sancionadas, porque la educación indispensable para que nada cambie es en la indefensión. La que se defiende es sancionada. La que se defiende se siente culpable, la que se defiende es la loca, la exagerada, la violenta.
¿Por qué es violenta nuestra reacción frente a la violencia y no la violencia que recibimos?
Porque eso que se avala que ellos hagan no se considera violencia se considera “ser nenes” “estar jugando”, “gustar de una nena”, “estar enamorados”. Avalados.
Cuando decimos “lo hacen porque pueden” hablamos de esto, del aval institucional y social que facilita que nos violenten y que les enseña por sobre todas las cosas acerca de la impunidad que tienen para hacerlo y que van a tener toda la vida.
¿Qué aprenden estos varones cuando adultos y adultas encargados de su educación permanecen impasibles frente a su violencia?
Que no pasa nada, que no está mal, que pueden hacerlo. A algunos hasta se lo festejan.
Y por ese aval, la violencia crece. Ahora no solo se organizan para atacar a las compañeras, también grupos de adolescentes atacan docentes, las encierran, tocan, apoyan a maestras y profesoras. ¿Por qué? Porque pueden. Porque si podían cuando eran niños porque no podrían ahora.
No me es ajena la discusión punitivismo, antipunitivismo, solo que en este momento, y frente a este orden de cosas, me resulta masturbatoria. Es volver a decirles a las víctimas, que esperen, que aguanten, que hay que tener paciencia y dejarse violar y acosar, hasta que el mundo cambie, y cambiemos la educación, consigamos la igualdad y seamos todos y todas felices. No puedo. No le voy a decir eso a ninguna nena ni a ninguna mujer. A todas les voy a decir, defendete.
Y lo digo y lo escribo como abogada, operadora del derecho y del sistema de justicia, entendiendo como funcionan ese mundo para las mujeres, lo digo sin ingenuidad. No necesitamos más leyes ni más penas, necesitamos que se apliquen las que hay, necesitamos desmontar de todas las instituciones sociales, la misoginia y el machismo que avalan y mientras tanto, autodefensa y autocuidado. Protección y atención alerta a las infancias.
Estamos hablando del entramado de lógicas de poder que avalan. Dentro de ese entramado funciona la lógica de la victimización y culpabilización de las víctimas, es algo que hacen las madres, las maestras, los padres, las y los pares y las instituciones, “algo hiciste”. Eso no solo avala a los violentos a seguir violentando porque no pasa nada sino que nos llena de vergüenza, muchas de las historias dicen “nunca lo había contado” “es la primera vez que lo cuento”. Cuando preguntábamos por qué, aparecía la vergüenza, vergüenza de que piensen que yo hice algo, vergüenza y miedo de lo que me van a decir, de lo que van a pensar. Lo mismo cuando les preguntamos ¿por qué no comparten estas historias en sus redes? ¿Por qué no abren estas conversaciones con los varones a su alrededor?
Otra vez la mirada puesta en nuestros cuerpos y el círculo que vuelve a empezar.
No les vamos a mentir, es muy difícil para nosotras sostener la esperanza y el trabajo después de leer tantas historias, ¿saben lo que nos mantiene a flote? saber que las pibas que se defendieron, encontraron algo de tranquilidad, que las pibas a las que sus madres, abuelas, maestras, padres o pares defendieron y cuidaron con sus intervenciones, las pibas a las que les creyeron, no se sintieron solas, ni desamparadas, ni rotas, ni locas. Ahí hay una grieta, una línea de fuga.
La campaña sigue, y parece que va a traer muchos temas de los que necesitamos hablar.
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