Si nuestra campaña te ayuda, hacelo recíproco y apoyanos.
A todas las que somos parte de esta comunidad nos gustan los discursos que se salen de la norma, nos gusta que se diga que el modelo de feminidad en el que nos educaron es una cárcel, nos encanta que alguien lo diga en voz alta, lo escriba, le ponga la cara, nos gusta ver que otras cuentan sus vidas en disidencia a la norma, o la violencia que reciben aún obedeciendo, que desenmascaren todo el sistema de opresión que escribe nuestras historias.
Nos gusta sentirnos parte de ese mundo de mujeres que entienden que somos el sujeto desjerarquizado del sistema social político y económico, que sostiene los privilegios de los otros gracias a su trabajo gratuito, y que eso es injusto, inaceptable, que nos dimos cuenta y lo decimos en voz alta.
Nos encanta sabernos parte de las que saben que la violencia de género es una pedagogía hija de la desigualdad, que la belleza es una escuela para la violencia, que el amor romántico es una escuela para la sumisión de las mujeres. Que todos los mandatos que nacen del ideal femenino son un manual para la docilidad y la explotación de las mujeres.
Nos encanta… hasta ahí.
Hay un límite, el límite es cuando lo que se nombra nos toca porque es lo que queremos y lo que estamos haciendo, lo que “elegimos” o elegimos para nuestras vidas.
Hasta ahí todo es lindo, a partir de ahí, ya no nos gusta más. Porque sentimos que lo que queremos nos deja afuera de esa pertenencia que queremos seguir teniendo.
Queremos hackear el sistema, siempre y cuando eso no implique tener que reconocer que yo también estoy sosteniendo el sistema, que elegir lo que elijo va a tener un costo que lo voy a pagar yo sola, que lo que elijo es altamente probable que me perjudique.
Sea que se cuestione la depilación, las cirugías estéticas, la pareja heterosexual o la materniad en este mundo, en este tiempo y en este contextos de desigualdad estructural.
Queremos levantar el dedo siempre y cuando eso no nos genere la incomodidad de darnos cuenta de que vivimos en una obediencia que por ahora se nos acomoda, y no queremos que nadie nos venga a decir cuales son las consecuencias futuras de esa obediencia. Queremos sentir que a nosotras no nos pasa eso, ni nos va a pasar. Porque entendemos.
Ahí nos convertimos en eso mismo que criticamos y entonces las que se animan a poner en cuestión la norma, son las exageradas, pero no lo podemos decir así, no podemos decirles no te metas con esto, porque esto es sagrado, porque esto con lo que te estás metiendo soy yo, no podemos decir «hasta acá», porque eso implicaría ser del grupo de “los otros” los fachos, los machirulos, los que no quieren que nada cambie. Y nosotras no somos esas, nosotras somos las que se rebelan, las que entienden.
Decirlo así, sería convertirnos en una más entre quienes sostienen la norma. No queremos eso, queremos estar del otro lado. Entonces mejor las desplazamos. A las que hablan, las empujamos, las corremos por izquierda, con argumentos falsos, con golpes bajos.
Les decimos clasistas por ejemplo, a las que todo el tiempo hablan de la estructuralidad de los problemas, a las que todo el tiempo están intentando mostrar como la desigualdad y la violencia estructural se escriben en nuestras historias, a las que trabajan para que las mujeres puedan empoderarse y salir de la pobreza, nosotras desde nuestros celulares les decimos clasistas, y por qué no neoliberales, si, digamos también neoliberales, total, no cuesta nada, es tipear una palabra más…
Y decimos “acá se fueron al pasto”, “cualquiera”, “a mi, a mi jefa y a mi amiga no nos pasa”, “que estupidez” “que desubicadas” «en esta no las banco».
Necesitamos defender como sea las elecciones que hicimos o las que queremos hacer, porque es muy incómodo estar tan del otro lado.
Porque si lo que ellas dicen es cierto, estoy jodida eligiendo lo que elijo.
Mejor creer que no es así, que es mentira, que clasistas, que exageras, que neoliberales, que la pifiaron, que la pifian que se van al pasto. Porque eso me permite seguir eligiendo lo que elijo sin el malestar ni el sabor amargo que tengo ahora.
Porque si lo que ellas dicen, es cierto, esta comodidad incómoda en la que vivo se puede convertir en un cautiverio a largo plazo. Porque me hace sentir medio tonta, atrapada, y no quiero.
Porque eso me permite pensar que a mi no me va a pasar, que no voy a asumir o no asumo, la carga mental del sostenimiento de una familia entera o de la pareja, que no me voy a convertir o no soy una sierva, que no me voy a quedar sin nada cuando se termine la pareja, porque el amor que tenemos nosotros, él y yo, es para toda la vida. Porque yo elegí bien. No como las otras que se equivocan.
Y no quiero que nadie me venga a decir que me va a pasar, que nadie me venga a decir que por mujer me va a pasar.
No quiero escuchar que si quiero vivir con libertad y dignidad tengo que bajarme del cuento y del manual de la buena mujer, no quiero escuchar que si no quiero empobrecerme más, la maternidad quizás no sea para mi, no quiero que me digan que si quiero una vida autónoma, tengo que elegir entre una cosa y la otra. Porque es muy injusto y reconocer esa injusticia me duele y prefiero seguir pensando que no, que no es así, que a mi no. .
Yo entiendo hermana que si querés tener pareja varón e hijes, intentes tapar el sol con la mano y pensar que a vos no te va a pasar, que vos no vas a ser sierva, a vos no te van a violentar, vos no te vas a empobrecer, no vas a ser parte del 50% que se separa después de tener hijes, ni del 70% que no recibe pago de alimentos.
Yo no soy la culpable de que la pareja heterosexual y la maternidad empobrezcan a las mujeres porque hacemos entre 2 y 10 horas más que los varones de trabajo doméstico que nadie paga, que nos paguen menos y entonces dejemos los trabajos remunerados para cuidar para “no cambiar la plata” y cuando la pareja se termina te quedaste afuera del mercado laboral sin experiencia y sin un mango.
Tampoco soy la culpable de la brecha salarial del 26% en Argentina y de que el 70% de las mujeres se encuentra bajo la línea de pobreza, justamente por ser mujeres, por cumplir con el rol de género que se nos atribuye, porque no acceder a la educación en condiciones de igualdad, por embarazarnos en la adolescencia, por tener que cuidar, cuidar y cuidar sin reconocimiento.
La desigualdad es estructural, claro, el empobrecimiento de las mujeres consecuencia de esa desigualdad, que tambien es madre de la violencia. Claro que si, pero negarlo no suma. Pensar que a vos no te va a pasar tampoco. Hacer de cuenta que no existe, menos. ¿Es injusto? Es injusto.
Te va a pasar, como nos pasa, nos ha pasado y seguramente nos seguirá pasando a todas. Nos pasa por mujeres, porque justamente, la estructuralidad del problema quiere decir eso, te va a pasar.
Entender las reglas del juego, las lógicas de poder que se cruzan para configurar este presente, ubicarnos en relación a eso, de una manera que nos permita un mínimo de dignidad, es lo único que podemos hacer. ¿Tiene costo? Tiene costo. El costo de salirse del manual, el costo de inventar el camino, de quedarte sin esas cosas “que todas tienen”, esas que nos dijeron que nos iban a hacer felices. Pero obedecer también tiene costo, y ya sabemos que se paga con nuestro tiempo, nuestra energía vital y nuestra vida.
Seguir en la ingenuidad y pensar que porque entendemos como funciona no nos va a capturar es la peor de las trampas, denostar, despreciar y violentar a las que señalan la desigualdad, no ayuda.
Darle rienda suelta a la misoginia diciéndonos de que tenemos que hablar y cómo, mucho menos. Somos señoras que nos reconocemos a nosotras mismas la autoridad suficiente para decir lo que pensamos donde queremos y cuando queremos, sobre temas que ya tenemos muy reflexionados.
Acá no le decimos a nadie como vivir, ponemos a circular las opciones, invitamos a las compañeras a tener agencia sobre sus vidas en el mínimo de margen que nos deja el patriarcado y el capitalismo, cada una elige dentro de ese margen, algunas están en la mitad del río, algunas todavía en la orilla y están a tiempo de decidir a su favor.