El tiempo migrante

¿Cuánto son dos años y 8 meses? ¿Cómo se traduce este tiempo en la migración?

Cuando te vas de tu país, no dejas de vivir allí. Ya no pisas más tu tierra, pero comenzás a vivirla desde un nuevo lugar. Empezás a generar un territorio imaginario, una especie de postizo mental para ese espacio que ya no está bajo tus pies. Comenzás a construir tu cotidianidad patria -argentina en mi caso- desde la imaginación, desde las redes, desde el relato del otre, desde el deseo, desde la fantasía. 

Luego de haber vivido en países que contaban con una comunidad argentina muy pequeña, Barcelona me ha facilitado mucho el trabajo de construir aquel universo imaginario, ya que encontré a la mano más herramientas para crear ese postizo mental. Con todo lo que ello implica: desde comerme un sanguchito de miga hasta militar. Por eso, estos 2 años y 8 meses -que fueron el mayor tiempo que estuve sin pisar suelo argentino en estos 10 años de migranta- parecían antes del retorno, más cortos que anteriores vueltas a la patria. 

Pero, ¿qué me iba a responder Argentina a mi regreso cuando yo le preguntara acerca de estos 2 años y 8 meses? ¿Me devolvería una realidad similar al imaginario que me había construido? ¿O sería un estallido mental? Eso me preguntaba en el avión. Y la respuesta, evidentemente, no fue fácil ni una sola. Tampoco fue inmediata ni la misma con el correr de los días. Esta pregunta generó: más preguntas, varias respuestas de carácter ambiguo, muchas dudas y un buen puñado de sentimientos diversos y encontrados. 

La primera respuesta fue un retruco. Los primeros días en Argentina me devolvieron la misma pregunta: “¿qué me pasó a mí en estos 2 años y 8 meses?”. En la migración construimos nuestro imaginario de la cotidianidad patria mientras habitamos una otra realidad que cala más o menos hondo en nosotres sin darnos cuenta. Pasé 2 años y 8 meses en otro país, sumergida en otra cultura. Y al volver vi esa pregunta como el reflejo que devuelve un espejo. Empecé, entonces, una especie de corrida contrarreloj por la recuperación de aquel tiempo que pasé fuera de territorio argentino, embulliendome en un sinfín de escenas folclóricas: 

-Volví a comer las milanesas de mi mamá y para comprobar que tienen el mismo gusto que desde que tengo uso de razón.

-Volví a debatir de política a toda hora y a todo lugar con cualquiera: amigues, el remisero que ahora es el de Uber, con la familia y seguir bancando los comentarios del tío facho los domingos en los almuerzos familiares. 

-Recuperé esas horas de tren Roca que siempre ha sido el mejor medio para mantenerme actualizada: los pibes que rapean denuncian las injusticias del gobierno, la devaluación la entendés a través del precio de los alfajores de los vendedores ambulantes (cómo olvidar la oferta de 3 Turimar x 10 pesos, luego 100, y ahora 1000), los graffitis llegando a Constitución como titulares de la vida política y social. 

-Volví al centro cultural del barrio para ver a los artistas locales que traen, a través de la música, la danza y la puesta en escena del drama y el humor, infinidad de escenas de la vida cotidiana actual de los vecinos. 

Pude, por fin, responder a ese retruco: 2 años y 8 meses no son nada. La idiosincrasia también parece albergarse en la genética: aunque pasen años, ahí está, intacta e inmune al paso del tiempo. A los pocos días me sonaba raro decir que vivía en Barcelona.

Aun así, también es verdad que yo no soy la de antes, como tampoco lo es esta Argentina. Esta vuelta no es como las otras. Las actividades que ocupan la agenda de este viaje no son las mismas que cuando vivía acá en 2014 o en las diferentes visitas a lo largo de este tiempo. Hoy intercalo, como nunca antes, las salidas con amigues y la participación en asambleas. Se mezclan los horarios de cenas familiares con el de las marchas. Las luchas se multiplicaron. Entonces miro para atrás y recuerdo. “Memoria, verdad y justicia”. “Argentina, un país con buena gente”. “Nunca Más”. “La patria es el otro”. Aquellos acuerdos sociales que me criaron y constituyeron y que parecían irrevocables, se cambiaron por discursos de odio completamente antagónicos, desinformación y un irrefrenable individualismo bajo el lema “sálvese quien pueda”. Estos 2 años y 8 meses parecieron, de repente, una eternidad. 

Hoy, a mitad de camino, a mitad de viaje, a mitad de la vida, y con el alma y la cabeza partida a la mitad, quedo atascada entre dos espacios y varias dimensiones de tiempo. Esta Argentina me dejó en Pampa y la vía. Miro a mi alrededor en un paisaje aparentemente desolador y descubro una nueva respuesta. Esta red y las personas que quiero. El otre me responde con un refugio, un espacio fuera del tiempo: el abrazo. Porque en un mundo donde el odio es ley, abrazar es un acto de lucha y resistencia. Es la única respuesta que no cambia, que no se quebranta, que no es ambigua, que se mantiene a lo largo del tiempo y sirve para responder cualquier pregunta. Habitemos, entonces, el abrazo eterno. Abracémonos hasta que sea ley y la patria vuelva a ser el otre.

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