La estafa de NuSkin, una empresa que convoca a mujeres “visibles” para estafar a otras mujeres, explotando tres características fundamentales de la ficción de lo femenino, “solo serás feliz si encarnás el standar de belleza imperante, “las mujeres no entienden de dinero, y está bien que así sea”, “las mujeres son consumistas,” y una condición material innegable, la precarización y la necesidad económica.
Opera doblemente en las mujeres. Por el lado de los productos, agitando -como siempre- la necesidad de encajar en los estándares de belleza, a través del consumo y por el lado del «negocio», predando en la vulnerabilidad de las mujeres a nivel económico, las mujeres somos las pobres del mundo, ganamos menos, estamos más informalizadas, y de repente aparece una forma de trabajo que nos puede ayudar a salir del pozo, eso si, tenemos que poner plata y sumar a otras que pongan plata y así, porque sino no ganamos.
Según informan las compañeras de Economía Feminista, “El Indec señala que seis de cada diez varones adultos trabaja, mientras que sólo lo hacen cuatro de cada diez mujeres. Además la desocupación es un fenómeno que afecta mayormente a las personas jóvenes y en especial si son mujeres: su tasa de desocupación (23,1%) es cuatro veces mayor que la de los varones adultos (5,6 por ciento). Al mismo tiempo, entre quienes tienen un trabajo asalariado encontramos que más del 30% lo hace en condiciones informales, número que llega al 38% cuando se trata de asalariadas mujeres (…), las mujeres ganan un 27% menos que los varones. Además, la brecha se amplifica al 36% cuando miramos a aquella porción que posee condiciones informales de empleo.”
Nos cuesta mucho más trabajar y ganar dinero y eso nos hace más vulnerables a estas supuestas oportunidades de “trabajar desde nuestras casas”, vendiendo algo que encima es propio de “nuestro mundo”, productos de belleza!, eso que todas necesitamos para encajar.
No solo hay engaño, hay un aprovechamiento de las condiciones de necesidad de las víctimas.
A lo anterior se suma que la cultura nos enseña que la economía, las finanzas y el dinero no son temas de “buenas mujeres”, solo nos compete el dinero del ámbito doméstico, lo que nos convierte en carne de cañón de estas estafas, nos hacen creer que el dinero, los negocios, son aburridos, o difíciles no son para nosotras, “no es femenino” “ni es de minas” hablar y querer plata, saber ganarla y gastarla, está mal que nos interese el dinero, que seamos ambiciosas lo nuestro serán el horóscopo y el amor, esto aparece claro en todos los productos culturales que se nos dirigen y así nos estafan, influencers, empleadores, maridos, y etc.
En este caso, una empresa se aprovecha de toda esta construcción cultural sobre la identidad de las mujeres, para estafarnos a través de otras mujeres “referentes” en cuanto al modelo de belleza se trata. Las que venden el producto y convocan a otras a vender para seguir ganando, son las influencers con más seguidores en las redes, las vemos en publicidades, medios, revistas. Sus redes se tratan pura y exclusivamente de reproducir a diario el modelo de mujer, que estamos poniendo en discusión, mientras no paran de vendernos -la mayor parte del tiempo de manera encubierta-, productos que supuestamente nos harán ver como ellas. ¿Pero ellas, son como las vemos? ¿sus apariencias son la consecuencia de usar eso que nos venden o el simple resultado de haber salido sorteadas en la lotería genética? ¿O el resultado de cirugías y mutilaciones sobre sus cuerpos?
Estas personas con millones de seguidores, colaboran a diario con la construcción del standar de belleza que nos oprime a todas, ellas incluidas ellas, solo que en su caso obtienen los beneficios de la obediencia y la pertenencia al modelo, usan ese standard de belleza en el que encajan para vendernos cosas y ganar dinero. La obediencia al patriarcado y al capitalismo, perpetuar lo que nos oprime, siempre paga. Son reclutadas para ganar dinero reproduciendo las prácticas y lógicas que nos disciplinan y violentan nuestros cuerpos, nos enseñan a hacerlo, nos cuentan como ellas mismas lo hacen. El modelo de belleza que ellas encarna, que se nos vende como pasaporte a la felicidad, el éxito, la aceptación y el amor, porque si somos así, blancas, rubias, delgadas, de pelo largo y lacio, con pieles lisas, si nos sexualizamos, y nos autocosificamos, vamos a ser elegidas para el amor heterosexual, vamos a tener hijos que es lo único que nos hará felices y hasta vamos a ser elegidas en los empleos. Nos enseñan que solo así seremos “felices”, que nos “empoderamos” encajando, que engregarle la vida una rutina de abdominales y gluteos es empoderarse. Debemos darlo todo para encajar.
Ese modelo reforzado ahí, es el requisito indispensable para que florezcan estas estafas, porque es un modelo que nos aisla, que nos averguenza, nos aliena y nos deprime, no encajar es casi como estar fallada, rota, ser invisible, no tener acceso a los espacios, a los trabajos «importantes», al amor.
Para encajar compramos lo que sea que nos digan que nos hará tener la apariencia que ellas tienen. Para subsistir nos embarcamos en lo que nos prometen.
Ayer la Secretaría de Comercio, multó a la empresa por la publicidad engañosa. Acá nos preguntamos ¿No es acaso lo que hacen las influencers en casi todas sus publicaciones?
¿Por qué seguir a une famose en las redes? ¿Qué nos aporta? ¿Comparte algo que nos enriquezca como personas? ¿Nos propone una experiencia que nos libera o que nos encarcela? ¿A que nos invitan?
Consumir eso, tampoco es gratis.