“Desahogo sexual». Así calificó el Fiscal Fernando Rivarola de Rawson a una violación simple agravada por la participación grupal (intervinieron 6 varones) contra una chica de 16 años. El “desahogo sexual” no figura en el Código Penal, pero para el Fiscal sí, lo inventó, le parece bien.
“La justicia” ¿? tomó 8 años para tramitar la causa. 8 años!!
Para que mientras tanto los imputados le hicieran la vida imposible a la víctima, la persiguieran y hostigaran a gusto, para que las pruebas se diluyeran y los testimonios se olviden. Para que una vez más pensemos, con razón, que no vale la pena denunciar, que si denunciamos nos van a culpabilizar y revictimizar. Y es verdad!
¿Por qué? Porque la justicia es un bastión fuerte y profundo de la reproducción del patriarcado, llena de varones a los que alguna vez “se les fue la mano” o tienen un hijo, un hermano o un amigo que cuenta con gracia una situación como esta. Por eso no les tiembla la mano para excarcelar a violadores, violentos y femicidas.
Y en este caso, porque además los acusados son hijos del poder; políticos, empresarios, varones de la misma cofradía. Varones con derecho a tomar los cuerpos de las mujeres y “desahogarse”. Porque pueden, porque otros lo hicieron antes que ellos, porque es lo que les enseñan, porque lo ven en el porno también, porque se creen dueños.
Esa es la cultura de la violación que nos cansamos de señalar. Porque, como señala Rita Segato, toda violación implica un doble mensaje. Uno, muy claro, que se dirige a la víctima y por extensión, a todas las mujeres: nuestro destino es ser disciplinadas, reducidas, censuradas y el violador ejerce esa soberanía sobre nuestros cuerpos. Pero también hay un eje horizontal, donde el violador se dirige a sus pares, a quienes demuestra con ese acto de violencia que él también ocupa un lugar en la cofradía viril. Esa misma cofradía que es capaz de catalogar impunemente una violación como “desahogo sexual”. Esa misma cofradía que elige correr la mirada y nombrar a los violadores como “enfermos” y “monstruos”, mientras nosotras gritamos que no, que son hijos sanos del patriarcado.
¿Qué implicaría para los hombres mirar de frente a un violador? ¿Quizás reconocer que en aquella vez que en un boliche acorralaron a una chica para que un miembro del grupo logre robarle un beso reticente estaba la semilla de esta manada de violadores de la que hablamos hoy? ¿Quizás reconocer que esa vez que llegaron con una mujer a cierto punto de intimidad, cuando ella quiso frenar o retroceder en vez de respetar su voluntad continuaron insistiendo, en nombre de un desahogo sexual al que se creían con derecho irrefutable? ¿Quizás reconocer que esa vez que tuvieron sexo con una mujer demasiado borracha o demasiado drogada para dar su consentimiento, fue una violación? ¿Cuántos hombres están dispuestos a reconocerse en ese espejo, a aceptar que fueron sociabilizados para encontrar naturales estas situaciones, a pedir perdón, a aceptar el juicio, a romper con la cofradía, a evitar que la siguiente generación repita los patrones?
Mientras no lo hagan, los casos se seguirán apilando. ¿Cuántos conocemos que han perdurado en la impunidad? Los hay públicos: Soledad Morales en Catamarca, Paulina Lebbos en Tucumán, los hay locales, amigas, amigas de amigas, tantas que ni sabemos sus nombres. Asesinadas además de violadas, porque nuestras vidas no valen nada.
Todavía falta que el juez Marcelo Nieto di Biase homologue o no el acuerdo. Estemos atentas.
Dice la ley que la sentencia solo tiene efecto en el caso concreto. Que solo surte efectos entre los involucrados. Mentiras! Las sentencias tienen siempre efectos generales pedagógicos, construyen una narrativa y un mensaje. Esta sentencia es noticia en todos los diarios y el mensaje que escribe se marca en nuestros cuerpos. Enseña a los varones que violar es “desahogarse”, que “sus instintos” son irrefrenables, que violar es casi “natural”, qué todos son o pueden ser violadores y eso está bien, qué si violan no les va a pasar nada porque es un simple desahogo y ahí estarán sus cófrades y compañeros jueces y fiscales para desviar la mirada.
¿Qué nos enseña a nosotras? Que nos van a violar cuando quieran, adentro y afuera de nuestras casas, que ni siquiera es una violación eso que nos hacen en grupo y con violencia, es un simple desahogo. Es algo a lo que tienen derecho.
Como dice Despentes, las únicas que hablamos de violación somos nosotras, siglos hablando de violación entre nosotras, ellos no hablan de violación, no violan, no reconocen eso que hacen como una violación. A lo sumo, se desahogan. La justicia, cofradía de machos no toma en serio a la violación, no existe para ellos, eso que hacen no es violar, es ser varones. ¿Qué pasaría si fuéramos nosotras las que violáramos?
A nosotras nos enseñan desde pequeñas a tener miedo, a que la violación es un espacio negro, nos hablan del peligro de ser violadas, pero no se nos dice que es posible que el violador sea alguien que conocemos. Nos enseñan a ser sumisas, a ser buenas víctimas, nunca a defendernos con violencia, a rebelarnos, a organizarnos para conseguir la justicia que el sistema judicial no nos va a dar nunca.
¿Qué vamos a hacer frente a esto? ¿Cómo nos vamos a organizar para q esto se termine? ¿Vamos a seguir pidiéndole al estado y a “la justicia” donde los cófrades se protegen que dejen de violarnos? ¿Qué pasaría si nos educamos para la autodefensa? ¿Vamos a seguir diciendo que la violencia no es la solución mientras el miedo y la injusticia sigue estando de nuestro lado?