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Solo un ínfimo porcentaje de la riqueza del mundo nos pertenece. Nos educan para que no nos interesemos en la generación de la riqueza ni en su administración. Se nos enseña que la ambición es poco femenina. Nos educan para la dependencia económica y la sumisión. Y cuando salimos de ese modelo somos castigadas.
Este paradigma construye en nosotras un sistema de creencias que nos excluye del disfrute por la valoración económica de nuestro trabajo. No nos sentimos merecedoras de dinero, porque entra en colisión con el modelo de la buena madre -aunque no seamos madres es el modelo de feminidad vigente- y entonces entregamos nuestro dinero, lo gastamos o nos sentimos culpables.
En este taller el tema es el mandato de dependencia económica, esta idea de que el dinero no es un tema nuestro, no es femenino ni debería importarnos, de que a lo máximo que debemos aspirar es a un compañero con dinero, o a unos ingresos que a duras penas nos permitan vivir.
¿A quién le sirve ese modelo? ¿A quién le sirve que todo lo relacionado al dinero y al poder nos sea ajeno? ¿A quién le sirve que creamos que está mal ganar dinero, ser independientes económicamente?
¿Cómo encaja en ese modelo el hecho de cobrar por lo que hacemos, exigir que se nos pague y por nuestro trabajo, que sea valorado y reconocido?
Vivimos en un paradigma en el que el dinero es sexuado, se lo asocia a la racionalidad, la ambición y el deseo de poder, características que se atribuyen a la masculinidad y que en las mujeres son identificadas como negativas.
¿Cómo se concilia eso con nuestro desempeño en el ámbito de lo público? ¿Qué pasa con las mujeres y el dinero?