Las amigas

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Autora: Aurora Venturini

Destino de Matilde.

Así fue que me quedé pensando en Matilde. Cómo no iba a pensar en Matilde si desde la terciaria en Bellas Artes fuimos compañeras y ella era hermosa y dorada y los compañeros de estética la comparaban con una de las «Tres Gracias» que danzan sobre el verde campestre itálico del Renacimiento. En cuanto a mí me comparaban con la muchacha de la corbata de Modigliani y cada una estábamos encantadas con las comparaciones.

Aunque las dos estábamos enmarcadas como dos obras maestras Matilde salía con un chico y entraban en una pensión que así se les dice a unas habitaciones que alquilan los estudiantes de lejos de La Plata y a veces van las compañeras… Nunca entré en ninguna de esas pensiones que vistas desde afuera dan una pena… dentro no sé.

Nunca pregunté qué hace el prójimo o la prójima en eso soy muy cuidadosa y a un tiempo me avergonzaría saberlo. Hay conductas que nunca entendí por ejemplo Matilde que tenía de todo y vivía en el centro junto a una familia brillante dado que su papá era abogado y desempeñaba un alto cargo en el gobierno y la mamá vestía igual a una artista de lo mejor y viajaban a Mar del Plata Matilde como si todo lo que poseía no la satisficiera iba a las pensiones.

Que cada cual haga lo que mejor le venga en gana como leí en un poema traducido del francés de François Villon poeta de la Edad Media.

Claro me expliqué a mí misma: Matilde habrá encontrado en Relicario Culto lo que llaman Príncipe Azul y yo pintaré esta ocurrencia. La pinté rápidamente para que no se escapara la imagen pero la imagen actual de Matilde no era la misma y yo noté desgano en su apostura.

Pasaron quince días desde aquella reunión con mis amigas que se fueron a lo que había que sumarle el abandono de Antonella y sin embargo no sentía nada en absoluto de mi actual situación al contrario me felicitaba por haber recuperado espacios en la casa y ganado tiempos a favor de mi vida dedicada a la pintura y la meditación y a la lectura. No extrañé a nadie y liberada del compromiso de charlar con alguien lo nombrado en torno mío salió ganancioso. En una palabra: Yuna liberada. Y basta. ¿Las comidas? No eran problema porque desayunaba y almorzaba en un bar cualquiera y de noche calentaba una sopa instantánea y los días y las noches cantaban una melodía tan dulce recuperada del ayer parisino de Tino Rossi por ejemplo y de otros.

A veces el rosicler matutino aligeraba mi palabra hablada y hablaba conmigo misma. Otras veces en el crepúsculo romantizaba versos de Alejandra Pizarnik junto al muro de enredaderas trepadoras y adoraba el aire extraño que me indujo a deducir que sería amor o algo parecido no sé… Alejandra que fue tartamuda como Antonella pero poetisa venía desvistiéndose de lluvia y azucenas permítanme la comparación y memorizar algunos versos: «Silencios / la muerte siempre al lado / escucho / su decir / solo me oigo».

Serán los años que van ablandando mi endurecido corazón que yo endurecí para seguir viviendo puede ser será y es. No me contesto porque la que habla más fuerte que yo es Alejandra y los versos: «La que murió de su vestido azul / está cantando. / Canta imbuida de muerte / al sol de su ebriedad. / Adentro de su canción / hay un vestido azul / hay un caballo blanco / hay un caballo verde / tatuado con los ecos de su corazón muerto. / Expuesta a todas las perdiciones, / ella canta / junto a una niña extraviada / que es ella: / su amuleto de la buena suerte. / Y a pesar de la niebla verde en los labios / y del frío gris en los ojos, / su voz corroe la distancia / que se abre / entre la sed y la mano que busca el vaso. / Ella canta». 

Bueno basta porque los versos me han proporcionado un momento de paz y de alegría a pesar de la angustia desleída en ellos por la autora que murió por mano propia y bueno no hay como hacer lo que nos venga en ganas.

La tarde otoñal invita a salir por los suburbios urbanos. Hay casitas bajas dulcemente apoyadas en sus jardines de amapolas y achiras y cuando veo el humo que brota de las chimeneas entonces sí ahí es cuando Yuna detenida en el umbral de la edad duda de que acaso perdió esas experiencias. Pero teniendo en cuenta su condición de indisimulable minusvalía ¿quién cargaría con ella que no fuera ella misma? Qué fatiga lector paciente un signo de interrogación significa un paseo dando vueltas por la placita cercana a ver pasar a los señores canosos y a las señoras más bien gordas o digamos gordas sin intención de criticar estructuras físicas. Y los veo paseando a esos perritos lindísimos y abrigados cuando el año arrecia en llovizna y frío sí que da gusto mirarlos. Siempre sentí inalcanzables sus posiciones ya saben por qué. Lo mismo cuando los observo paseando bebés… La vida de los humanos es fácil y difícil según el ángulo en que uno esté ubicado. 

Entre tanto aunque repetía lo mismo nunca me aburrí y lo hubiera hecho de no ser artista requerida por famosos que adquirían mis cuadros y compromisos urgentes de nuevos salones que se disputaban mis cuadros y entre repetir lo mismo y variar pasó un año o pasaron mil. Durante ese lapso murieron algunos conocidos y algunos compañeros de taller. Me enteraba de todas estas muertas más o menos cercanas o sociales leyendo el diario El Día de mi ciudad pero así son las cosas y nadie es eterno aunque en lo que respecta a mi no tanto. Desde mi silueta idéntica puedo decir que los años no han dejado huellas profundas. Yo seguí andando y concentrada en mi trabajo gustoso que así denominó a lo que se realiza con gusto el poeta Juan Ramón Jiménez a quien vi una vez en mi ciudad en el Bosque cerca del busto de Francisco López Merino poeta que como Alejandra pero mucho antes murió de su propia mano y designio y van dos…

Al cabo del mismo yo me aproximaba a los sesenta aunque faltara un trecho y Matilde igual y la nombro porque una tarde de agosto apareció en mi departamento y era ella pero muy distinta y me interrogué para mis adentros cómo es posible cambiar tanto en un año pero no lo expresé y ella se ubicó en una silla y yo fui a preparar té y ella dijo que no que mejor un vaso de vino para entrar en calor y yo aunque sin expresarlo me di cuenta de que había entrado mi amiga en el alcoholismo repugnante pero me callé la boca con prudencia porque cada cual sabe consolarse a su manera.

La persona que me visitaba la tarde mencionada de agosto no tenía casi nada en común con mi amiga Matilde du Pin. O sí. Los enormes ojos claros la identificaban cual seña digital y lloraba y traje vino de Marsala esperando endulzar unas amarguras que le brotaban como las flores a las enredaderas que abren al anochecer pero más bien semejaban espinarios.

Bueno a cada cual lo suyo y la vida es un recaudador inevitable vamos Yuna que a vos te ha dado mucho. Sí pero la he peleado así fue y nos mirábamos frente a frente sin iniciar diálogo ninguno. Noté que había descargado del hombro la bolsa marinera que la acompañaba especialmente en algunos casos y transportaba atuendos necesarios en un pasar temporal no muy distendido y ella vio que miré el bulto y preguntó ¿por esta noche puedo quedarme? y le respondí que sí que podía y ella suspiró aliviada.

Le pregunté si deseaba cenar y no porque el estómago le dolía a causa del último desfasaje con la pareja. Insistí con que había hamburguesas y que las podía freír ella misma porque a mí el ruido de la vajilla me pone de mal humor y prefiero salir o no comer en fin y Matilde dijo: No no no mejor dame algo para el dolor de estómago y busqué algo en el botiquín se lo alcancé y lo tomó y al rato se sintió aliviada y yo también. 

Ella sacándome de mis cabales que para eso falta poco me pidió que volviera a llenarle el vaso de vino Marsala y lo hice no sin antes prevenirla mirá que

puede dolerte otra vez y dijo: No no no y fue cayendo la penumbra de afuera adentro de la habitación y ella entró en soponcio que aproveché para observarla a mi gusto.

Reflexioné qué desgaste causa el mal de amor porque a la legua se le notaba y en la pollera el ruedo descosido y las mangas del saquito tejido destejidas en un puño y el tapado que dejó en la silla tan viejo y pasado de moda. ¡Y cómo era posible que en pleno invierno calzara sandalias sin medias! 

En meditaciones y revolviendo las cenizas de la estufa hogar donde puse otro leño oí el canto del gallo del amanecer. Mi amiga había dormido apoyada la cabeza entre los brazos cruzados y yo en el sillón cubierta con el edredón porque temí ir al dormitorio y que mi amiga alcohólica lo cual tenía por seguro hiciera una inconveniencia contra ella misma. Ignoraba qué podía transportar en su bolso y recordé a Alejandra Pizarnik con un chucho helado que recorrió mi estructura un relámpago de invierno lluvioso húmedo igual a nuestras por qué no inútiles existencias de artistas reconocidas por todos menos por los que teníamos más cerca en el caso de Matilde sería Relicario Culto y en mi caso no tenía.

Mejor no necesitar ni esperanzarse que todo corre y se pierde y deja esto que veo de una bella persona brillante casi una anciana derrengada.

Venciendo mis horrores culinarios por Matilde fui a la cocina a preparar café con leche y con las galletitas dulces. Qué difícil en este momento extraño a Antonella y hago un paréntesis culinario y pienso en la muchacha morochita que partió vaya a saber hacia dónde.

Matilde le digo despertá mirá hice café con leche en tu homenaje están las galletitas y ella va a lavarse al baño y regresa enseguida para que no se enfríe y lo demás ya saben. 

En realidad yo sabía más de ella que ella de mí porque de mí creo que nadie sabe y está bien y de ella sé. 

Matilde estaba fija en lo mismo cual insecto clavado en insectario y me apenó la bajeza de ella al dejarse vituperar hasta el decaimiento y más aún.

Advertí que me estaba enojando porque los minusválidos monologamos con nosotros mismos hasta llegar a un desborde de iracundia por falta de reconocimiento del prójimo ante nuestro desvelo por él es decir por el prójimo y a veces me recuerdo que no debo preocuparme tanto ya que el monólogo solo yo lo oigo con el oído anímico no así cuando me dirijo al paciente lector que en cierto modo refigura un lánguido diálogo sin respuestas… Y bueno conclusión que me voy a enojar con Matilde ya que en lugar de tomar la tacita de café hizo lo propio con el vaso que llenó de Marsala y al ver que iba a llevárselo a los labios yo le di un manotazo y el vaso voló y ella asustada lloró y le reproché que nada ni nadie valía una vida preciosa como la de ella y sin decir ni A empezó a tomar el café con leche que estaba algo tibio a causa de la pausa por lo sucedido. Comió galletitas dulces y a llorar de nuevo. Ahí le alcancé una medibacha mía que se puso y dijo: Gracias tenía un frío.

Contó que Relicario no sé si lo contó antes y si así es repitió que ella después del accidente de su primer marido fallecido con la materia cerebral desparramada por el suelo luego de aventurarse por ahí en busca de consuelo y encontrar a Relicario que esculpía pequeñas siluetas estaba semidormida y sonó el teléfono y Relicario dijo que le haría un pechazo y le pidió dinero y ella se sintió protectora de aquel pichoncito aunque de su misma edad aunque todavía ignoraba que el pichón hubiera puesto un huevo del que nació Relicarito su sobrino del alma y de lo demás también y el dinerillo era para Relicarito que contrajo deudas de juego el inocente y bueno y ella al sentir que era necesaria una vez en la vida fue a quedarse en la casa de Relicario y a la semana terminó siendo la casa de Relicarito.

Yo no hablo mientras Matilde explaya su dolencia física y anímica. Es una piltrafa y la haré bañar luego mientras le permito espacio a sus confesiones de que con Relicario andaban de aquí para allá y ella viajera impertérrita siguió viajando a Europa ahora acompañada ya sabemos y que todo lo pagaba ella agradecida por el calor que le venía desde la pareja.

Varias veces fueron y vinieron y parece que aunque Relicario cobraba también su jubilación se la daba a Relicarito total él vivía de los dineros ya saben de quién. Matilde notaba la preocupación constante que fruncía la frente de su pichoncito léase Relicario y una tarde lo observó sin arruguillas y el motivo de la despreocupación de Relicario lo supo Matilde al ver la enorme espalda del ya mayor de unos treinta y pico Relicarito que abría la heladera y se servía y Relicario espetó que viviría ahí siete días porque estaba sin medios económicos pobrecito. Dice Matilde que en ese preciso momento debió partir. Lo que siguió después cabe en una extensa tela que pinté cuando ella se fue y va desde el desprecio a la afrenta al desvalijamiento al hurto.

Enceguecida de hogar la infeliz creyó que había logrado el hogar y despreocupada fue dándolo todo hasta quedar tal cual ahora de hueso huero y sin ropa ni calzado en fin. Los prometidos siete días prolongados al infinito dejaban en la desdichada huellas imposibles de borrar y una tarde Relicario le comunicó que Relicarito le daría hospitalidad a una pareja y fueron dos parejas desparejas porque los desplantes de Relicarito tomaban cuerpo hasta que un día rompió la cama de ellos y la discoteca de Matilde y entonces sintió impulsos asesinos pero pudo contenerse y de tantas contenciones se le ulceró el estómago Matilde perdió el interés por la pintura malo muy malo.

Lo perdió y se perdió.

Pinté: ambientación sucia y desvalida dos dentaduras que muerden a la sombra de una mujer otras siluetas mortalmente hambrientas el orgullo infundado el menosprecio indebido. Este cuadro ganará un premio importante porque lo pinté con ira y bronca por Matilde y le daría a ella el importe de la premiación por ser fuente inspiradora y por seguir dando algo aun en la última miseria.

Matilde decidió ducharse en mi departamento y luego casualmente un par de botas de cuero mías le quedaron pintadas reímos de pintora a pintora y algún pulóver y demás estuvo linda aunque la pena humedecía en ella cualquier mejoría y el cabello blanquecino no le iba y bueno.

Siendo yo Yuna un ser solitario no me hacía al acompañamiento caritativo. Hasta ahí. No. Además por qué alguien lleno de gracia permitió que la vituperaran dos vaguitos de mierda. Pensé que mi naturaleza especial no soportaría huésped aunque fuera Matilde y le propuse llevarla a un hotel no muy caro cerca de la estación y que ella dijera por cuántos días más o menos contestó avergonzada que solo tenía diez australes que no sé si informé era el dinero de la época y no importa porque yo guardo bastante para que nunca me falte y no pedir porque así como respeto al prójimo estoy preparada para que el prójimo me respete como a sí mismo y aceptó entristecida.

Luego de ducharse y vestirse y calzarse con esas botas altas que le regalé fuimos a almorzar a un restaurante del centro y noté que comía sin hablar con ganas acaso con algo más que apetito y vamos Matilde a ver si te agrada el hotel y le agradó y tomó habitación con baño por diez días y el dueño que me conocía porque antes ocupé habitación necesaria y brevemente para no perder tiempo o porque sí para variar y no estar en mi departamento hay que seguir el impulso y sentirse renovado. Salió bien que me conociera el dueño poniéndose al servicio de Matilde y que si se decidía a ocupar más tiempo lo dijera o menos igual.

Estaba fatigada y la acompañé hasta la habitación que era la misma de cualquier hotel con el cuadrito detrás de la cama y la cama y el mueblecito con los chocolates y caramelos etc. y ella se tiró vestida y antes de que cerrara la puerta cerró los ojos… Fui a Bellas Artes a dictar mi clase de pintura y ese día no sería idéntico a los otros por lo que ustedes saben.

Durante cinco o seis días no supe nada de Matilde y al séptimo fui al hotel y el dueño me dijo que la señora al segundo día partió y que le devolvieron el

dinero como correspondía.

Hasta aquí Matilde por ahora y veremos después pero le he dedicado bastante uniendo esto a lo ya expuesto con antelación.

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