Rosario Blefari
Fragmento
Jueves 30 de enero de 2020
Se termina el mes, me quiere sangrar la nariz, me duele la cabeza y después se me pasa. Compré una hamaca paraguaya y hoy la trajeron bajo el sol tremendo de la siesta. Está enrollada en un paquete chico. Cuando la despliego, me invade el olor del lienzo nuevo, crudo. Me acuerdo entonces de dos personas: de mi mamá que ya no está y amaba el lienzo. Yo le había pedido que me hiciera unas sábanas y me hizo las sábanas más lindas que tuve y de las que todavía me queda alguna. De la otra persona que me acuerdo es de Martín, mi primer novio pintor, de cuando iba a Alpargatas o a Once a comprar tela. Él mismo preparaba los lienzos con yeso. Yo solía mirarlo hacer. Cómo me gustaba ver que la tela se sellaba con esa mezcla blanca, cremosa y fría. Es complicado colgar la hamaca pero lo consigo. Y la cuelgo de dos árboles, los dos únicos árboles del jardín: un aguaribay y un chañar. El chañar es un chañarcito pero se la banca.
Ya estoy suspendida. La canción que le escuchaba cantar a Falú cuando era chica y cuando no tenía un chañarcito decía: Chañarcito, chañarcito de tan alegre mirar. Igual a mi corazón no lo dejes desmayar. Igual a mi corazón no lo dejes desmayar. Échale, échale, échale, échale entre las espinas. Échale entre las espinas tus flores finas, tus flores finas. Podría estar mirando este cielo entre las hojas mucho tiempo, trato de sosegarme porque me entusiasma tanto la posibilidad que al final estoy hecha un manojo de nervios. Lo de échale, la esdrújula, esa sílaba que es una vocal acentuada. Es una palabra al servicio de la música de la canción. De chica miraba la letra en el sobre del disco. Cada échale es un escalón. Le pide al chañar que eche sus flores, sus flores finas entre las espinas. El viento mueve al chañarcito —que tantas espinas tienes, dice también la canción— y de paso me hamaca. No es malo el chañarcito pero si le andás muy cerca y no lo ves bien y te distraés, te pinchás.
Jueves
(…)
Mis papeles están abandonados, no corto ni pego ninguno. De vez en cuando, una vuelta al tejido de la gran manta pero me da la impresión de que sus colores no son los que yo quería. A veces me veo cosiendo telas, haciendo collage de telas, vestidos que ya no voy a usar si empieza el frío, pero tampoco tengo fuerzas para desplegar la acción. Tengo mucho que escuchar, leer y ver, si que ya no puedo hacer, pero me falta energía para consumir cosas. Por momentos tengo el impulso loco de poner en el buscador de Google cosas que no están seguramente en ninguna parte, cosas de mi vida, me había pasado cuando recién comenzó la era de internet y conocí YouTube, sentía el impulso de poner cosas como infancia en el Llao Llao o Mar del Plata, nochebuena de 1965, y verme bebé o tirándome en un trineo.
Escucho bossa nova y me abismo. La hora de la siesta en la que escuchábamos esos discos, los novios adolescentes, la bandeja girando, la luz suave entrando por las cortinas naranjas, nuestro momento de paz. Tengo que salir de este estado, es preciso que me desmelancolice. No quiero mirar más las bicicletas con las ruedas desinfladas y nunca más voy a usarlas porque ya no puedo andar, yo que me imaginaba viejita en bicicleta. Para distraerme miro la libreta de canciones que tenía mi papá en el colegio salesiano cuando era chico, tiene canciones de todo tipo y me sorprendo mucho con un corrido mexicano que exalta la revolución. Tiene además algunos dibujos hechos por él. En la primera hoja, a modo de carátula, hay un Pato Donald dibujado con lápices de colores y dice A cantar! Y arriba de todo, con su letra perfecta: Tristeza y melancolía fuera de la casa mía.
Viernes
Locura de plantas. Decido hacer una inversión de una parte de mis ahorros en algunas plantas, aunque no sepa lo que va a pasar, aunque no sepa si voy a necesitar esa plata, no me importa, siento que esta es mi oportunidad de intervenir mi entorno todo lo que pueda. Es un placer enorme preparar la tierra y plantar flores de invierno: pensamientos, caléndulas, coquetas, violetas, lirios y alelíes. Nunca me gustaron las flores cortadas porque no me gusta sacarlas de la planta y tenerlas en un florero, agonizantes para nuestro beneplácito. Prefiero el florero seco para eso, armado con ramas, palitos y hojas secas. Pero las flores plantadas están ahí, vivas, agarradas a la tierra.
Sábado
Mi papá supo tener una quinta orgánica ejemplar. Estaban pasando un momento de extrema necesidad económica y justo salieron en el sorteo provincial de los planes de vivienda en una de las camadas de entrega. Les habían dado la casa pero se habían quedado sin nada, la hiperinflación había arrasado con su negocio de comidas, cuando por primera vez en la vida fueron independientes, y luego de un trabajo de empleado en un kiosco por un tiempo, el dueño lo echó sin pagarle.
Ahí estaban al fin, después de toda una vida, en esta casa que ahora habito como una certidumbre. Un día mi mamá pensó que había que hacer una quinta y mi papá empezó a ir al INTA, donde daban un curso de huerta orgánica y proveían de semillas, y hasta a quien quisiera tener un gallinero le explicaban y daban cinco pollitos para empezar. Mi papá apuntó toda su concentración en la huerta y aprendió todo, y lo llevó a la práctica y tuvo una huerta a la que el profesor, quien después se hizo su amigo, Jorge Sutsen, llevaba a los demás participantes a visitar para que vieran cómo era posible llevarlo a la realidad y cómo había resuelto el aprovechamiento del espacio del fondo de las casitas del Plan 5000, la distribución de las tablas, el intercalado de aromáticas, el compost, en fin, ese hombre que jamás había puesto una rodilla en la tierra para plantar algo se convirtió en un experto. Nació mi hija Nina y a medida que crecía, en cada viaje que hacíamos desde Buenos Aires, tuvo el privilegio de correr entre los caminitos de tomates y habas que formaban un bosquecito para su corta altura.
Mi mamá estaba sola una mañana en la casa, fue a la quinta a buscar algo y se tropezó con una de las maderas que demarcaba un sector y se cayó. Se cayó sobre la tierra fresca que estaba preparada para transplantar algo. En vez de levantarse rápido se quedó tirada un rato, me contó, porque de inmediato pudo sentir en todo el cuerpo la blandura aireada del suelo. El sol matinal que ya había entibiado la tierra y ese vapor perfumado que se elevaba como una respiración. La luz yel aire, todo era tan grato para la rendición del cuerpo al desplomarse, ese inesperado sucumbir a la gravedad. Me dijo que le dieron muchas ganas de quedarse así. Pero no, se levantó como pudo y se dio cuenta de que se había lastimado la frente.
No hubo más quinta, el impulso de mi mamá fue el de construir y empezó a impulsar esa idea. En esa construcción se incluía el cuartito en el que ahora me refugio. Mi mamá murió sabiendo que ese espacio nuevo existía. Entonces, pude intervenir con aguaribay, chañar, pasto y empezar un jardín cuidado por mi papá solo. Una noche de tormenta, yo en Buenos Aires, el aguaribay se partió al medio. Nina le había puesto Edmundo, por la calle donde está la casa. Solo quedó un tronquito partido. Un amigo dijo: déjenlo así, y sobrevivió. Lamento no haber estado más tiempo acá, disfruto cada momento.
Martes
La gran actividad de la dispersión como método pareciera que ocurre de noche, pero no es cierto, porque todo el día es un trajinar. La actividad de la escritura apareció en la computadora hasta ahora. Y la música, o mejor dicho los sonidos, fueron pequeñas islas de grabación en la madrugada. Ya nada de partituras, ese sector está avanzado y apagado. Pero algunas ideas sobre el uso de las cosas como la mejor manera de cuidar algo y el deseo de ver la tinta de la lapicera brillar mojada antes de ser absorbida por el papel abrieron otro puesto. Desplegué cinco unidades y no las quiero leer por un tiempo, solo sumar, como hacía en las noches de mi primera juventud en las que me quedaba despierta en el silencio de la casa, en la cocina, con una resma y una lapicera negra. Solo releía al día siguiente y tiempo después recién pasaba en limpio y traducía.
Jueves
Los árboles en el Molas, mientras el día avanza. Esa luz temprana. Espero en el barcito, todos los sabores me resultan demasiado intensos, salados y dulces, y hasta el del té verde sin nada que llevo en un termito. Charlo con mi amiga Susana Pampín por teléfono y me olvido por un rato nomás del fervor de mis cavilaciones, y de las ganas de tocar un bombo que me agarraron. Entonces le escribo a la novia de mi primo, Caro. Los dos, Carolina Crawley y Jorge Rodríguez, tocan en la Sinfónica de Santa Rosa. Caro dice que me presta el de ella. Es el mejor que podría haber tenido en mis manos, dice que me lo alcanza, con palos y funda cuando quiera.
Ya en casa comienzo con una especie de desborde desde mi cuarto hacia el resto de los espacios, hay cambio de bombitas, lavado de lámparas, despeje de adornos, cuadros descolgados, cortinas puestas a lavar, telas que empiezan a salir del baúl que nos acompañó mudanza tras mudanza; sale todo lo que está guardado como si no mereciera ser mirado por celos y cuidado de que no se rompa, como cerámicas, fuentes y utensilios de todo tipo, y los distribuyo por todas partes, es ahora: la mejor forma de cuidar es usar.