De Paula Kier
Amo el invierno, no tengo que depilarme y los pelos de las piernas y de otras zonas de mi cuerpo crecen libres como en praderas. Pero tengo una fiesta y voy a ponerme un vestido, así que estoy calentando cera en un pote para depilarme. Me distraje y la cera se volvió demasiado líquida, quiero retener bastante con el palito, pero chorreo el piso, mis manos y, cuando llegó a mis piernas, siento inmediatamente un intenso dolor; sé que es una quemadura y también sé que será muy difícil sacarla sin llevarme piel con ella. Soplo sobre mi pierna para ver si puedo enfriar el líquido pegajoso y luego cuento hasta tres, pero no me animo a tirar con fuerza. Vuelvo a contar hasta tres… varias veces. Y luego estiro sintiendo una puntada y ardor. Veo que, dónde había piel, ahora hay una parcela colorada. Pienso en el vestido y todo lo que me queda por depilar; pero, en ése instante, vuelco el tarrito en la alfombra. Queda muy poco líquido en su interior. Pienso si me alcanzará para el resto de las piernas, pero luego decido que quizás hoy me enferme.