¿Por qué permanecemos en situaciones, vínculos o dinámicas que nos drenan o nos dañan? Nos lo preguntamos tantas veces. El tono de la pregunta puede ser de genuino interés, para intentar identificar los motivos que nos inmovilizan. Pero también puede ser un tono de reproche, que sonaría parecido a ¿cómo puede ser que soportemos o aguantemos tanto? Pienso tanto en grandes decisiones de la vida como en situaciones cotidianas que parecen menores.
De tontas no tenemos un pelo, vamos a aclararlo porque a veces nos tratamos así. Me animaría a decir que el motivo principal puede ser el miedo. Miedo tanto de hacer un movimiento como de permanecer en la situación. Muchas veces nos quedamos por supervivencia, en el caso de ciertas relaciones o trabajos donde irnos significaría perder el sustento económico. Y, a la vez, cuando vemos los costos de permanecer, que tienen que ver con nuestra salud física y emocional e incluso nuestra vida, también nos da mucho miedo. Esa conversación interna para decidir qué hacer, puede tener que ver con qué identificamos como más peligroso para cada una en cada momento.
Antes de tener la conciencia del peligro, creo que hay muchas otras razones, muy fuertes, muy válidas, muy personales y, a la vez, compartidas con muchas mujeres, que hacen que no nos demos cuenta del malestar, que no se nos ocurra plantear algo que percibimos como una injusticia, que no podamos decir que algo nos molesta o actuar de algún modo que no implique entrar en la dinámica en la que nos sentimos desconsideradas o maltratadas. Porque es difícil hacer cambios, muy difícil. Y, a veces, siento que parece imposible y quizás lo es, al menos en ese momento.
Pero hay muchas veces que algo podemos hacer, podemos probar algo diferente a lo de siempre. Pequeños cambios de actitud, pequeños dejar de hacer cosas, pequeños hacer o decir distinto, a ver si algo cambia, especialmente, para nosotras mismas, para cuidarnos, por algo de nuestra propia dignidad. Puede incluso que solo cambie nuestra vivencia y alrededor ni lo perciban. Hay algo de picardía ahí que me divierte y nos puede ayudar a juntar confianza para dar pasos más grandes.
No pedirle peras al olmo
Me sorprendo a mí misma a cada rato pidiéndole peras al olmo. El olmo puede ser alguna persona muy cercana o quien está delante mío en una fila o en el colectivo, cualquiera.
Busco y pido donde no va a venir lo que necesito, porque esa persona no puede o no quiere dármelo o porque no corresponde siguiera que me lo dé. Insisto e insisto como contra una pared. Me lleva mucha energía hacerlo y, también, procesar el enojo que me genera la frustración, además del enojo conmigo misma cuando finalmente me doy cuenta que estoy otra vez pretendiendo que el olmo me dé peras.
Me engaño con que la única posibilidad es que la otra persona cambie su actitud porque yo no puedo hacer nada. Clara Coria me diría que identifique cuando algo es “inviable” y no insista ahí, que busque otras opciones, por más doloroso que pueda resultarme.
Necesitamos fuerza para implementar cambios
Necesitamos fuerza para decidir sobre nuestra propia vida, identificar los cambios que son viables y los que no lo son e intentar aquellos que consideramos viables o, al menos, que nos parece que merece la pena intentar.
Yo siento que la fuerza que necesito me viene de mi convicción feminista, del descanso, de sentirme acompañada, de divertirme, de reírme, de leer, de respirar aire fresco, de bailar, de comer comida rica, de sentir que tengo fuerza física, que mis músculos me sostienen, de prestarle atención a mis emociones (especialmente el enojo, la frustración, la tristeza), de los mismos cambios que logro implementar (como que se retroalimentan), de ver que otras implementan cambios a su favor en su propia vida.
Mi red de contención es una de las principales fuentes de energía para mí. Las personas en quienes confío y que me ayudan a ver, a pensar, a darme cuenta cuáles son las causas de mi malestar, entre ellas, las mujeres feministas de los grupos a los que pertenezco. A veces son personas muy cercanas y otras veces son personas que apenas conozco o que leí o escuché. Al mostrarme diferentes formas de vivir, de actuar, de hablar, me alientan a intentar encontrar formas que sean satisfactorias para mí en este momento.
Necesitamos estar disponibles para nosotras mismas, contar con nosotras mismas, con nuestra energía y nuestras ideas para intentar cambiar nuestra realidad, la personal y la colectiva. De débiles no tenemos nada y, a pesar de la negación y la crueldad, juntas venimos cambiando el mundo hace ya varios siglos. Con lo cual, dejemos de gastar nuestra preciosa y necesaria energía en reclamarle peras al olmo, démonos cuenta dónde están las peras y usemos nuestra energía para ir a ese lugar, si es que peras maduras, dulces y jugosas es lo que queremos para nuestra vida.