Pienso en el silenciamiento impuesto por el mandato de mantenernos sonrientes, serenas y atentas a las necesidades y deseos ajenos. Por la exigencia de que, si decimos algo, tiene que ser claro pero no vehemente ni extenso. Debemos ocupar poco espacio con nuestras palabras además de con nuestro cuerpo. Que sea para contener a alguien, para organizar la vida en común, el trabajo en equipo teniendo en cuenta las necesidades y deseos de las demás personas. Algo así como “hablar-para-otrxs”, en línea con el “ser-para-otrxs” de Marcela Lagarde.
Pero cuando me pregunto qué quiero decir, se me abre un abanico de otras posibilidades que me entusiasman, con infinitos matices e intensidades y con emociones muy diversas que pueden acompañar mi decir y no se amoldan a los mandatos (carcajadas, llanto y enojo, por ejemplo). Por ahí quiero seguir, esto sí que me interesa para nosotras y me llena de ilusión.
¿De qué quiero hablar? (y de qué no quiero hablar)
Una experiencia que probé hace unos días fue pensar de qué quería hablar con un grupo de amigas con quienes me iba a encontrar. Las conozco hace años, nos queremos mucho. En el camino al encuentro pensé que me interesaba escucharlas hablar de sus trabajos y proyectos y contarles de los míos. Sin imponer, cuando notaba que había espacio, hacía un comentario o pregunta en esa dirección. Me fui satisfecha, enriquecida, orgullosa de mis amigas y de mí misma.
¿Quiero pedir algo?
Otro objetivo para el que registro que uso mi palabra es para “pedir”. En una conversación, puedo escuchar, prestar atención, contar sobre mí. Y también puedo pedir. Para eso necesito previamente saber qué quiero y pensar si es a esa persona a quien quiero pedírselo. Identificar si necesito información, si me gustaría que alguien me comparta su experiencia. Disfruto el lugar de reconocerle a otra persona un saber, preguntarle y compartir, por ejemplo, sobre economía, sobre el uso de alguna aplicación, sobre cómo posicionarme en una situación difícil. Y me siento reconocida cuando otra persona lo hace conmigo.
Decir basta.
A veces alzo la voz para comunicar un “basta”. Con más o menos firmeza, con más o menos vehemencia, con más o menos claridad. Puede ser un “prefiero que esta vez lo hagamos diferente” en tono amable o un “estoy harta de esto, yo no lo hago más o no lo tolero más de este modo” con enojo.
Clara Coria escribió un libro que se llama Decir basta, una asignatura pendiente que me gusta mucho. Habla de identificar nuestros malestares, escuchar nuestras propias quejas, tratar de entender qué nos pasa y pensar cambios posibles.
Con estos tres propósitos: hablar de temas que me interesan, pedir lo que necesito y decir basta, construyo agencia sobre mis conversaciones. Logro que alzar la voz tenga un profundo sentido. Me parece que es una forma de ser protagonista de mi propia vida en vez de que se me impongan los temas y conversaciones desde afuera.
Los talleres de reflexión feminista en mi experiencia son una herramienta valiosísima para practicar. En primer lugar, porque podemos escuchar a otras mujeres alzar su voz en el grupo mismo y observar cómo lo hacen. A partir de las experiencias que comparten las compañeras podemos conocer nuevas formas de decir que no se nos hubieran ocurrido. Y también, porque podemos escucharnos a nosotras mismas hablar y después reflexionar sobre lo que dijimos para seguir elaborando. Todo eso en un espacio amable, cuidado e inmensamente inspirador.
Apoyada en esas vivencias, intento seguir animándome a practicar en otros espacios para pasarla lo mejor posible. Y, a veces, logro que todo esto, además de laborioso y liberador, me resulte divertido.
Quisiera que lo “bonito” en nosotras no tenga nada que ver con que otras personas nos vean a nosotras “bonitas” porque nos mantenemos “calladitas”. Quisiera que lo bonito en nuestra vida tenga que ver con la satisfacción de identificar lo que nos oprime, entender que se trata de una estructura social (no somos cada una de nosotras las falladas) y buscar el modo de aliviar esa carga. Una de las estrategias puede ser la de no quedarnos calladitas sino hablar de lo que queremos hablar, pedir lo que necesitamos y decir basta a lo que no queremos más, todo eso dentro de lo posible para cada una en cada momento y con las personas con las que nos relacionamos. Eso sí que a mí me parece realmente bonito.