¿De qué sonrío?

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Las amables, las complacientes, las sonrientes.  Queda claro que no queremos eso para nosotras. No queremos que esas actitudes se nos impongan como mandatos y definan nuestra identidad.

No queremos ser un cuadro bonito que adorna, ni una melodía dulce que suaviza. Queremos darle lugar a nuestras propias emociones y gestos.   Queremos poder enojarnos con las injusticias sin que nos acusen de locas, poner límites a las faltas de respeto sin que nos tilden de exageradas, responder a las agresiones con firmeza sin que la violencia se nos endilgue a nosotras.  Tampoco queremos juzgarnos nosotras mismas de ese modo.  

Qué complejo.  La decisión y la necesidad de librarnos del mandato de sumisión y complacencia tironea con el mandato mismo, con voces externas que intentan domesticarnos y que muchas veces internalizamos. Creo que a eso se refiere Marcela Lagarde y de los Ríos cuando dice “Como antropóloga me parece evidente que las contemporáneas somos sincréticas porque cada una de nosotras posee atributos de género tradicionales y modernos de manera simultánea… cada una es un entreverado de poderes afirmativos y democráticos, y de formas tradicionales y modernas de opresión de género” (Claves Feministas para la Autoestima de las Mujeres, 2020).

¿Cómo saber si lo que queremos, lo que decimos o lo que hacemos es auténticamente nuestro o viene de los mandatos de la femineidad que incorporamos?  En realidad los mandatos también son nuestros, se nos metieron por los poros.  Con lo cual la pregunta más vale sería si lo que queremos o lo que pensamos que queremos viene de nuestros aspectos “tradicionales” o de nuestra búsqueda de una vida a nombre propio.

Hace un tiempo que registro una sonrisa diferente.  La reconozco cuando estoy sola y me presto atención. Se trata de una sonrisa que no viene del mandato de sonreírle al afuera, una sonrisa que no es para que otra persona se sienta cómoda, bienvenida, alojada, tenida en cuenta. 

Es una sonrisa pícara que me aparece cuando se me ocurre un plan, una respuesta, una propuesta que realmente me gusta.  Es una sonrisa que me avisa que es por ahí, que eso realmente me entusiasma, tiene sentido para mí, me satisface.  No es la conclusión de un largo razonamiento, sino algo que aparece, que se gesta en la panza, sube como una burbuja de gaseosa y aparece en mi cabeza. Se ve como una sonrisa de costado, con la boca cerrada.  Me sonrío a mí misma.  

Empiezo a reconocerla también en algunas situaciones con otras personas.  Son momentos muy especiales donde registro que lo que me salió decir o hacer en forma espontánea me sorprende porque no responde a mis aspectos aún tradicionales, sino que está alineado con esta, no tan nueva ya, forma de habitar el mundo priorizándome, cuidándome, desde mi propia dignidad.  

La verdad que me resulta divertido y muy esperanzador.  Porque quiero alegría y amabilidad en mi vida, pero no de cualquier modo, no como medios de silenciamiento, sino como expresiones de mi sentir esclarecido por la reflexión comprometida que compartimos en nuestros espacios. 

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