Toc Toc, correo!
Las cartas llegan y se van acumulando en la entrada o en la mesita del living.
Es como la escena en la casa de los tíos de Harry Potter, la ranura de la puerta escupe sobres a montones, pero en este caso no es para invitarnos a la escuela de magos, sino para ir llenando nuestro calendario de citas médicas. A veces las secretarias de los doctores tienen la delicadeza de llamarnos para coordinar con nuestros horarios. Pero el correo suele ser el mejor medio de los ingleses, aman mandar cartas y especialmente en navidad.
Una vez que Noam fue diagnosticado, empezó a ver especialistas de todo tipo, el solo hecho de estar registrado en el Centro Médico del barrio, hace que automáticamente tenga turno cada 4 o 6 meses. Las enfermeras de la comunidad están en constante comunicación con nosotros, se ocupan de los suministros, equipos y si el niño está mal vienen a verlo. Ellas informan al médico en caso de que pase algo.
Este procedimiento hace que me olvide un poco de la responsabilidad de estar llamando para pedir turno o ir corriendo atrás de los profesionales. Sin embargo, la carga mental está siempre ahí. El compromiso de ver doctores todas las semanas y que a veces traten a Noam como un expediente o sólo un diagnóstico me harta y es con lo que lidiamos en algunas consultas.
Al principio fue durísimo por varios motivos, pero el que más complicaciones me trajo fue el idioma. Había decidido vivir un tiempo en Inglaterra para mejorar mi inglés. Y después de un año y medio, ahí estaba yo, surfeando un mar de situaciones inesperadas sin poder articular una palabra, tratando de entender partes médicos, llenando formularios y convirtiéndome en madre y enfermera al mismo tiempo.
Siempre digo que vivo acá porque mi hijo está pegado al sistema de salud, que no es perfecto y aún faltan terapias. Pero el destino, la suerte o la magia de Hogwarts, nos ancló en este país donde el sistema sanitario es gratis, o mejor dicho, todavía es financiado con los impuestos de los ciudadanos que vivimos en este territorio.