Qué tesoro escucharlas y leerlas el mes pasado a las mujeres que tienen proyectos de vida variados y coinciden en que no incluyen a la maternidad. Les estoy inmensamente agradecida, me ensanchan el universo de lo posible, me invitan a seguir revisando mis relatos, mi mirada y mi escucha.
Este mes la propuesta es reflexionar sobre cómo liberar nuestros cuerpos para poder darle más lugar al disfrute en nuestras vidas. El contexto es adverso, hasta parece que hablar de disfrute no corresponde, pero no vamos a rendirnos porque disfrutar puede no ser un lujo.
Y entrelazando los dos temas, me quedo pensando en esta posibilidad de identificar qué disfrutamos y qué deseamos, cada una, más allá de sus roles y funciones, poniéndonos a nosotras mismas en el centro de nuestras vidas. Parece que sigue siendo un permiso prohibido, objeto de reproches, causa de vergüenza, algo de lo que no se puede hablar a viva voz, seamos o no madres.
¿Será que las mujeres solo tenemos permiso para disfrutar de la maternidad y para sufrir por no serlo?… cuando, en realidad, la maternidad nos causa no poco sufrimiento y disfrutamos de muchísimas otras cosas.
Personalmente, hay algo del disfrute que me resulta escurridizo, necesito estar atenta para identificarlo y sostenerlo. Me digo que debe ser cuestión de aprender y practicar, y que tengo menos práctica de eso que de muchas otras cosas.
Intento ser consciente cuando me ducho de elegir la temperatura que quiero que tenga el agua que corre por mi cuerpo. Darme un baño de inmersión en algunas ocasiones puede ser un plan que valoro y disfruto un viernes a la noche. Me gusta mi cama, regular con cuántas mantas finitas apiladas logro el abrigo que quiero cada noche (y a veces, en diferentes momentos de la noche). Tengo un set de almohadas que fui armando, con diferentes rellenos y tamaños, me mimo disponiéndolas en las posiciones que me hacen sentir cómoda, sostenida, acariciada. Lo más reciente que se me ocurrió en esta línea es prestarle atención a cuando camino de un lugar a otro, intento elegir la vereda de sombra o de sol según la hora y el clima, decidir cuánto peso puedo cargar sin que me cause molestias y qué ropa me conviene. También intento disfrutar de la comida que elijo para mí; comer despacio y saborear cada bocado, me cuesta muchísimo.
Respecto de los proyectos más ambiciosos, que me ilusionan, me motivan y me demandan mucha energía, intento prestar mucha atención para mantener el disfrute vivo mientras los concreto. La exigencia acecha y puede impedirme conectar con el placer. Me pasa al leer, escribir, planificar, conversar, tanto por trabajo como en mi vida personal.
Este verano, me invito a dedicar mucho más tiempo de mis conversaciones con otras mujeres a hablar sobre lo que disfrutamos y deseamos, y mucho menos tiempo a la queja, la victimización, las relaciones de pareja y las tareas de cuidado (entre ellas la maternidad). Porque me gustaría que nos inspiremos entre nosotras, que nos demos ánimo y entusiasmo, para seguir descubriendo y concretando la diversidad de formas de disfrute que tenemos las mujeres por fuera de la maternidad y, también, de los demás mandatos de género que intentan atarnos las alas.