Estoy harta. Yo elegí a este hombre como padre de mis hijes, y soy responsable de mis hijes como madre. Y, a la vez, no me sale que no me perturbe, agote, enfurezca, entristezca, malhumore.
El está tranquilo, cómodo, satisfecho con su rol de padre. No quiere hacer más de lo que hace. Está tan baja la vara que con aportar dinero y un poco de tiempo, se siente que es un padre maravilloso. Y sí, claro, es mucho mejor que los que no aportan nada, pero está lejos de compartir la responsabilidad y la tarea en forma equitativa.
A partir de leer testimonios y compartir con mis compañeras, me consta que no estoy sola en esto, que, en general, los padres deciden qué, cuánto, cuándo dan. Pero les hijes necesitan cuidados, atención, escucha, palabras, comida, entretenimiento, ropa, según sus propias medidas, no las de padres centrados en sí mismos, preocupados por cumplir los mandatos de éxito de la masculinidad y con una capacidad de empatía nula o exigua. Los padres pueden desaparecer o autorregular su presencia porque saben que las madres estamos, que no estamos dispuestas a que les hijes paguen el pato, que sean la variable de ajuste.
Qué difícil ponderar el costo inmenso que esto tiene para mí. Especialmente toda la energía, tiempo y dinero que dedico. El enojo, la tristeza que siento. Necesito que el padre deje de autofelicitarse por cada cosa que hace por o con sus hijes. Me registre como madre de sus hijes y registre a sus hijes especialmente. No se conforme con aportar algo, apunte a seguir identificando tareas, cargas, ocupaciones y esté dispuesto a asumirlas de forma más responsable. Eso es lo que quiero y lo que creo que corresponde.
Lo último que decidí al respecto es dejar de lado los buenos modos, la amabilidad. Estoy transitando ser madre “bajo protesta”. No con mis hijes (al menos eso intento), sino con su padre. Con mis hijes intento simplemente que no se engañen, que disfruten lo que puedan recibir de su papá, que tengan conciencia de que es muy diferente lo que aportamos su papá y yo. Y se tienen que bancar una mamá cansada, frustrada, enojada. Es parte del combo de estar más conmigo, contar más conmigo, confiar en que estoy, en que me pueden pedir, que nos vamos a organizar. Con él, si no va a cambiar su actitud, al menos que se banque la incomodidad de mis nuevos modos.
Porque lo excepcional suma, claro, pero lo cotidiano es lo necesario, lo que sostiene y acompaña. Lo valioso realmente no es el asado excepcional de un domingo, sino las comidas de todos los días. ¿Por qué aplaudimos al “asador” y no a quien o quienes se ocupan de todo lo demás? Quizás porque tememos que, si no le hacemos fiesta, ni el asado excepcional haga.