Orgullosamente…

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Uno de los ejes de nuestro taller sobre la Autoestima de las mujeres desde una perspectiva feminista, proponía, abordar la verguenza y el orgullo, pensar en nuestras fuentes de verguenza y orgullo y el impacto que esto tiene en la forma en la que nos miramos a nosotras mismas y nos tratamos. A partir de discernir de que manera esas fuentes de estima y desestima están construidas culturalmente. 

Acerca de la verguenza y lo vergonzante en la vida de las mujeres, hay mucho dicho y escrito, hemos gastado vastas horas de conversaciones y sesiones de terapia hablando de lo que nos averguenza y acerca de cómo esa vergüenza forma parte de nuestras vidas casi desde que nacemos porque casi que ser mujeres es una experiencia vergonzosa en un mundo que desprecia y degrada todo lo femenino. 

Pero ¿qué pasa con el orgullo? 

¿Cómo nos vinculamos las mujeres con el orgullo? 

En general, el orgullo no es un lugar que nos pertenece naturalmente, a diferencia de la verguenza. Nadie nos enseña que sentir orgullo de ser quienes somos, de lo que hacemos, de nuestros logros personales o colectivos, sea un lugar o una acción posible. 

El orgullo es “naturalmente” masculino, tan así que a las mujeres que se sienten a gusto con sí mismas, que son orgullosas de sus logros o vidas, en general se las identifica como soberbias, presumidas, agrandadas. Nos caen mal, hay algo en ellas que nos repele, incomoda, a muchas se las señala como “masculinizadas”  o “mujeres con pene”. A ellas se les dice que nadie (ningún hombre)  las va a querer porque se muestran “demasiado completas”, “autosuficientes”, no necesitan ser salvadas. 

Es que para las mujeres no es el orgullo, para las mujeres es la verguenza, y a lo sumo, la modestia. 

A nosotras se nos enseña la modestia, ser modestas, no creernoslá, que no se nos note si somos inteligentes, habilidosas, brillantes, capaces, poderosas, sagaces, ambiciosas, oh no! que nunca jamás se nos note la ambición, antes la falsa modestia. Que nada de lo que se atribuye a la masculinidad se haga visible en nosotras. 

No solo que no se te note, sobre todo, que no se te ocurra hacerlo notar, porque eso implica la conciencia del propio poder y la capacidad de habitarlo y ejercerlo, imperdonable en cualquier mujer. 

En definitiva la idea es que siempre los varones tengan el privilegio de sentirse superiores, salvadores, mejores, más que nosotras, en todo lo que cuenta y vale, a ellos se les celebran hasta los logros más ínfimos, a nosotras ni lo titánico.

Esto lo aprendemos en las familias, en la escuela, en todos los espacios sociales por los que vamos a circular, lo que decimos, pensamos o creamos no tiene valor; pero eso mismo dicho, pensado o creado por un varón se aplaude y celebra como una genialidad. En la misma línea se encuentra la apropiación histórica y actual de nuestras invenciones, creaciones, producciones por parte de los hombres. Algo que parece que tenemos que aceptar “con orgullo”. Casi que debemos sentirnos orgullosas de que algún varón considere que nuestras creaciones sean dignas de su reconocimiento y apropiación. Cómo si eso nos sacara del mundo de la mediocridad femenina y nos elevara a pseudo varones. 

Al mismo tiempo, lo que se supone que son las fuentes de orgullo socialmente aceptadas y reconocidas, son análogas a las del éxito, que como ya hemos abordado varias veces en este espacio, están asociadas a la masculinidad a los espacios que les son propios y se les atribuyen “naturalmente”. La construcción de la idea social del éxito es profundamente androcéntrica. La fuente de orgullo, el éxito, lo que realmente vale cómo tal, es el éxito profesional, el reconocimiento social por el desempeño en el ámbito de lo público, el prestigio, la acumulación de dinero y poder;  siempre y cuando seas varón. 

Porque ¿Qué pasa cuando una mujer alcanza cualquiera de estos lugares que se identifican como exitosos?

No alcanza, alcanzar el éxito profesional para una mujer no es nada o a lo sumo es “alguito”, porque lo más importante es que tiene que encajar en el ideal de belleza (sobre todo estar flaca), para tener pareja, estar casada, y formar una familia, es decir tener descendencia.

De lo que podemos y debemos estar orgullosas mujeres y varones es diferente, pero lo que se valora como fuente de orgullo es solo propio del mundo de los varones, es lo que tiene jerarquía y lo que importa. 

El orgullo en las mujeres se construye en torno al cumplimiento de su rol social.

Cuidar, servir. Habernos convertido cabalmente y a lo largo de toda nuestra vida en seres para el amor y seres para los otros. El mayor orgullo de las mujeres es ser queridas (y solo somos queridas si somos buenas, y estamos al servicio) cuidar bien, de tal modo que las personas a quienes cuidamos, sean exitosas de acuerdo a lo que se considera el éxito para varones y mujeres, otra vez. Es decir, producir buenas mujeres y buenos varones que sean considerado como tal por la sociedad que los recibe.

Las mujeres se sienten orgullosas de ser la madre de Sol y Joaquín, de los logros profesionales de sus hijos varones, de que sus hijas hayan formado una familia, de haber acompañado a sus hija en el proceso de xxxx, de haber construido una familia hermosa, de haber acompañado a su pareja, de haber ayudado a ….

Y no es que “esté mal” sentirnos orgullosas de todo eso, pero ¿no hay más nada? 

¿Nos averguenza sentirnos orgullosas de otras cosas? 

¿No hay otras fuentes de orgullo aunque más no sea en nuestro fuero íntimo?

Lo que a las mujeres se nos señala como fuentes de orgullo, son cautiverios. 

Es muy difícil para nosotras sentirnos orgullosas de nosotras mismas, de lo que hacemos para nosotras, de nuestros recorridos vitales por fuera del servicio, de la servidumbre voluntaria a la que somos convocada, inclusive de una manera positiva.

Justamente lo contrario, vivir para nosotras, priorizarnos, ponernos a salvo, dejar de ser siervas, nos convierte en blanco de agresiones, segregación y verguenza. La loca, la mala, la feminazi.

Los lugares alcanzados, la autonomía, la emancipación, las acciones que nos han llevado a esos lugares, deberían ser para nosotras, fuentes de orgullo, pero son denostadas socialmente, con lo cual, se nos hace más dificil todavía darle valor a las vivencias, acciones y decisiones que vamos tomando a nuestro favor y convertirlas en fuentes de orgullo. 

Lo mismo sucede con nuestras acciones colectivas, hoy y cada vez más, especialmente con el avance de las derechas clericales, posteriores a la conquista legislativa de la ley de ILE, ser feministas es fuente de agresiones, y cada vez más mujeres sienten miedo o vergüenza de reconocerse feministas, cuando el feminismo es el movimiento político más importante del siglo XX y lo que va del XXI. Necesitamos hacer el trabajo arqueológico de desarmar en nuestras propias vidas estos mandatos y estereotipos sobre el orgullo en la vida de las mujeres.
Para eso las invito a ir a buscar en sus historias esas fuentes de orgullo que hasta ahora quizás nos resultan invisibles.

Lala Pasquinelli.

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