Olla común de esperanzas


Tenemos una historia

Puedo decir sin miedo a equivocarme que las mujeres de entre todas las mujeres, las más pobres hemos servido históricamente como colchón de amortiguación de la guerra, del colonialismo y como no, también del neoliberalismo.

Cuando se aplicó el ajuste estructural inaugural del neoliberalismo, en el continente nos llamaron una a una para endeudarnos, para convertirnos en mandiles y brazos capaces de sostener a los ejércitos de desempleados, para sostener las pérdidas de las empresas y los Estados y para que nuestras hijas abandonaran el colegio y nosotras abandonáramos nuestros sueños.

A ese proceso que no fue ni más ni menos que chuparnos la sangre para transformarla en dólares, a ese proceso de endeudamiento, le llamaron «Empoderamiento», «Emprendedurismo», «Desarrollo con perspectiva de género». Claro que fue con perspectiva de género que se utilizó las energías de las mujeres como colchón amortiguador de la crisis económica y el hambre. Fue a partir de esas políticas que las mujeres a escala continental, en unos países más que en otros, desplegamos un inmenso tejido social de subsistencia, creativo, colorido, sorprendente y autosostenible. El empoderamiento fue endeudamiento, el emprendedurismo fue autoexplotación, la perspectiva de género fue descargar en nuestras espaldas y nuestras vidas el costo social de todo.

Sin embargo, ese lugar de colchón amortiguador ha jugado, también de forma ambivalente, la función de constituirse en soporte logístico de las luchas más importantes del último tiempo. No ha habido marcha, jornada de debate, ni resistencia popular que no haya tenido en las mujeres su soporte logístico imprescindible para el cuidado de las wawas (2), para la alimentación y para la contención emocional y sexual. Ese proceso también tuvo un costo muy alto para las mujeres. Una y otra vez cuando se deliberaba el ¿qué hacer?, cuando venían los medios a hablar con los portavoces de la resistencia popular, cuando el cuerpo pedía descanso, las mujeres estábamos concentradas en las ollas comunes que garanticen la resistencia real. Fue a costa nuestra; a costa de nuestra palabra y a costa de nuestra visibilidad que luchamos contra la privatización del agua, por la defensa del territorio, contra la minería a cielo abierto, contra las transnacionales y una larga lista de las luchas esenciales de este tiempo. Así es como por ejemplo en Bolivia un cocaler0 (3) protagonista de las mil marchas terminó como presidente del país sin haber jamás pelado una papa en una olla común, pero habiendo sabido acomodarse como el eterno portavoz. Fuimos como se dice popularmente, escalera de una infinidad de dirigentes que se convirtieron en diputados y ministros o en consignatarios de los grandes acuerdos a la hora de lo que ellos mismos llamaron «triunfo».

Aún pienso que a todos y cada uno de esos convenios, de esas conclusiones y de esas luchas no les faltaba «la perspectiva de género», sino el sentido mismo de las luchas que tenemos las mujeres cuando nos juntamos alrededor de una olla común y hacemos alcanzar para todxs con risas y alegrías comida caliente y no fría, cocida y no cruda, sabrosa y no insípida. A las luchas sociales les faltaron, en las conclusiones las vocerías, nuestros sabores y nuestros saberes. Estábamos ausentes porque nos estábamos ocupando de lo más importante: la vida 

Tomárnosla contra el poder

En 50 años de neoliberalismo no nos hemos sacado los mandiles y no hemos descuidado la vida ni para tomarnos un mate. Pero hemos cambiado mucho; unas hemos desarrollado un tercer ojo que está en la nuca, otras hemos desarrollado una cola con que sujetar al bebe, los financistas envían doctorantes a escrudiñar nuestra creatividad financiera. Hemos aprendido a leer en nuestros puestos de venta no sólo al alfabeto, sino a la sociedad. Somos sociólogas caseras, filósofas panaderas, costureras, arquitectas, nuestros depósitos de ollas y víveres son obras de ingeniería donde el espacio está tan bien calculado como el de los puentes colgantes de Hong Kong. Nuestros cálculos poblacionales son más detallados que los cálculos estatales, porque no sólo sabemos cantidades, sino que conocemos edades, enfermedades y penurias, talentos y debilidades de toda nuestra comunidad.

Manejamos las deudas mejor que el Banco Mundial y acertamos con las propuestas mejor que los tecnócratas del PNUD (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo). Podríamos decir que sólo nos falta tomar el poder, yo prefiero decir que sólo nos falta tomárnosla contra el poder que suena muy parecido, pero no es igual.

Ni el COVID, ni el miedo nos paralizaron

Cuando la pandemia cayó del cielo capitalista desatando el miedo al contagio, justificando el señalamiento entre nosotrxs y la búsqueda inquisitorial del portador. Cuando el covid paralizó los países y las economías, paralizó la educación y dejó sin salida a los gobiernos, nosotras teníamos claro que lo que había que hacer eran ollas comunes.

Desobedecimos los mandatos de abastecimiento individual y desde las ollas comunes reinstalamos el sentido común del abastecimiento colectivo. Desobedecimos el mandato del individualismo y montamos las ollas colectivas para muchxs.

Tuvimos la certeza que resistir al hambre era una cuestión colectiva, resistir al miedo era una cuestión colectiva, resistir a la inacción colectiva era sólo posible desde las ollas comunes. Grandes, pequeñas, medianas, barriales, grupales y de todos los tipos hirvieron y hierven las ollas comunes como estrategia de resistencia, de desobediencia, de alegría, de acción, de lucha contra el hambre, de amor que se reparte, de generosidad en medio de la mezquindad. No tuvimos que pedir permiso porque ni se nos ocurrió hacerlo, en todos estos años les hemos enseñado a respetarnos.

Las ollas comunes no son institucionales, no son estatales, no vienen de arriba sino de abajo y sólo son hoy posibles como máxima expresión gracias a que las venimos practicando hace décadas. No hemos empezado ayer, hemos dado continuidad a nuestros saberes, hemos dado continuidad a nuestras prácticas.

Nuestra utopía es sencilla y se reactiva cada día: aquí todo el mundo come, y come caliente, y come sabroso.

Somos un trajín de esperanza contagioso donde faltan manos, pero no ideas, recetas y secretos de los que nadie es exclusiva propietaria. Somos conspirativas porque alrededor de la olla se conversa, analiza y resuelve cada día, escuchamos la radio y nos burlamos del presidente.  Pasa la mañana, pasan los días de cuarentena y mientras nosotras seguimos sosteniendo la olla.

Al presidente, a sus ministros, a la izquierda, a las iglesias, a Bolsonaro y a Trump se les han acabado las ideas, mientras nosotras sabemos que nuestra olla empieza haciendo hervir agua, mucha agua.

Poseemos el sabor de la vida

Las Ollas comunes en tiempos de pandemia han adquirido no sólo más valor, sino que han pasado por una mutación. Han pasado de ser la iniciativa de las mujeres contra el hambre a ser el núcleo central de las resistencias, han pasado de ser el cuarto al fondo de las luchas populares, a ser el foro de los conocimientos que más nos sirven, que más nos importan, que más nos afectan, que mejor nos movilizan y más nos enseñan.

¿Se imaginan el orden del día de un debate en el congreso integrado únicamente por gestoras de Ollas Comunes? ¿Se imaginan las medidas económicas a tomar si la decisión estuviera hoy en manos de las gestoras de ollas comunes? ¿No iban acaso ellas a pensar primero en que  todxs comieran caliente y rico y sano?

¿Se imaginan las medidas agrarias si estas medidas estuvieran en manos de gestoras de ollas comunes? ¿No pensarían ellas en la calidad de las verduras y las frutas y el salario de sus cosechadorxs como cosas complementarias y no opuestas?

¿Se imaginan qué medidas tomarían las gestoras de ollas comunes en relación a la educación de las wawas en tiempos de pandemia?

Las ollas comunes pueden ser hoy el centro desde donde tomárnosla contra el poder y proponer la revolución anticapitalista, despatriarcalizadora y anticolonial que necesitamos, o pueden ser nuevamente succionadas como colchón amortiguador del ajuste colonial y capitalista que nos están preparando. De nosotrxs depende.

l. Artículo publicado en la revista mensual Mu, de Lavaca, Buenos Aires, en agosto del 2020.

(2) Niños y niñas en aimara, prefiero usar la palabra aimara porque en este idioma 246 andino milenario la niñez no tiene sexo.

(3) Me refiero a Evo Morales quien construyó la base de su popularidad encabezando un número incontable de marchas campesinas especialmente cocaleras, en defensa de la hoja de coca.


Feminismo bastardo

María Galindo.

CABA. La Vaca Editora, 2022

Contratapa: «Mientras todos seguíamos los ritmos académicos norteamericanos y nos volvíamos queer cuando teníamos que ser queer, hablábamos de performatividad y cambiábamos la palabra sexo por género cuando había que cambiar la palabra sexo por género, María Galindo, ajena a las modas académicas, imaginaba como referente un feminismo que todavía no existía y al hacerlo, inventaba el feminismo del siglo XXI».

Paul B. Preciado

«Desde dónde estoy hablando yo?
Gorda, lesbiana, terca y feminista. Boliviana, el culo del cono sur
Hablo desde fuera de la academia porque me botaron, porque me vomitaron, 
porque me humillaron, pero no me traumaron, para nada. 
Quiero dejar claro que se puede construir pensamiento político, pensamiento
teórico desde fuera de la academia. Es mentira que la academia monopoliza
 la producción de pensamiento,
En el mundo del arte soy una impostora. Me presento como agitadora callejera.
como desempleada crónica, como cocinera».
Maria Galindo

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