NARIGONA

¿Cuándo fue la primera vez que alguien hizo un señalamiento sobre tu cuerpo y empezaste a sentir que había algo en vos que estaba mal? preguntaban desde MQNFT. El recuerdo que me vino a la mente fue el de una compañera de primer grado que había llegado al colegio para, sentía yo, arruinarme la vida. Se la había agarrado conmigo y no paraba de decirme narigona. 

Me acuerdo de ese día como si fuera hoy. Primero porque me defendí recurriendo a todas las malas palabras que conocía, que ante mi sorpresa, no tenían impacto sobre ella. Cuando llegué a mi casa conté lo sucedido y no podía creer la risa de los adultos: mi compañera no se inmutaba ante mis improperios porque yo la puteaba en un dialecto calabrés que sólo significaba algo Cosenza, en mi casa y en la de algunos paisanos de Lanús. Moraleja: tenía que aprender las malas palabras que usaban las nenas del colegio. 

Lo que quedó oculto detrás de esta anécdota es que en mi casa dieron por sentado que no podía hacer nada, más que acostumbrarme a ser maltratada y a defenderme como pudiera. Había heredado los genes de mi abuelo materno, que venían con nariz grande incluida. Este episodio fue mi recuerdo instantáneo cuando leí la pregunta de MQNFT. No obstante, al introducirme en las respuestas de un montón de mujeres, me di cuenta que ellas estaban abriendo la conversación sobre algo más profundo, a lo que tardé varios días en llegar. Yo también había pasado por algo parecido. Lo intuía, pero no me daba cuenta. Si bien el recuerdo de mi compañera de primer grado sigue siendo un mal recuerdo, había algo más hondo, inasible, que insistía. 

Dos pájaras de un tiro 

Y lo que insistía, era un recuerdo vago, incompleto, pero nítido a nivel de sensaciones. Tenía alrededor de 8 años y mi papá me preguntó si hubiera preferido parecerme a él en vez de a mi mamá. Esa pregunta, que podría parecer inocente, estaba teñida de un tono soberbio, de superioridad. 

Yo era igualita a mi mamá. Y lo más parecido que teníamos era la nariz. No me acuerdo que contesté. Lo que sí recuerdo fue una mezcla de culpa y vergüenza. Hoy, miro para atrás, y percibo que lo que mi papá introdujo con esa pregunta fue que yo, como nena y futura mujer, estaba sujetada a la mirada y el juicio de cualquiera simplemente porque era mujer. Y que él, a pesar de ser mi papá, me iba a juzgar como al resto de las mujeres. Ingresé en la serie mujer= objeto. Y que se me iba a medir con la misma vara que al resto: el modelo hegemónico de la feminidad. 

Chau nariz 

A los 19 años tuve que operarme la nariz porque tenía el tabique roto y, ya que estábamos, el cirujano propuso abordar el tema estético. 

En mi ingenuidad pensé que una vez operada iba a ser linda. No pasó. Si bien dejé de recibir comentarios insultantes, para ser linda se necesitaba más. Y cada década se presentó con frustraciones, enojos y exigencias. Yo percibía mi cuerpo como algo ajeno, que se negaba a ser/ hacer lo que debía.

Hoy, a los 45 años, siento que hice las paces con mi cuerpo: dejé de pensarlo como algo a cambiar para estar agradecida de toda la vida que sostiene. Lo que lamento es haber tardado tanto. 

Leo el chat del Club de Lectura y veo que somos varias las que estamos en la misma. Y confirmo lo importante que es relacionarnos con mujeres que nos hacen bien, que sostienen conversaciones que nos potencian y cuestionan la sumisión a las que somos convocadas. Entonces, hago mías las palabras de una compañera y afirmo: “Nos han robado esa posibilidad de disfrute durante demasiado tiempo. Pero está ahí, para nosotras”.

Deja un comentario

Carrito de compra
Abrir chat
💬 ¿Necesitás ayuda?
Hola 👋🏻 Estamos disponibles para ayudarte!