Nací en el 78 soy la mayor de 4 hermanes
Mi mamá y mí papá no estaban en condiciones de criarnos y me di cuenta de eso ya con 8 años.
A esa edad ayudaba a mi mamá con la crianza de mis hermanes y también podía ver el cansancio, la confusión, la tristeza de ella y la ausencia de mi papá.
Fuimos creciendo y dos de mis hermanos entraron en las drogas, sufrí muchisimo. Veía como la enfermedad se iba apoderando de ellos y con eso la decadencia total de mi familia que estaba sostenida con hilos. Todo fue muy largo y doloroso.
Mientras todo se derrumbaba en mi casa yo tenía muy claros y vivos mis deseos y no quería que nada se interponga frente a eso, sea lo que sea.
Quería estudiar, viajar, quería hacer deporte, quería tener la posibilidad de disfrutar de todo eso, pero por la situación de vulnerabilidad en la que vivía no había podido, siempre me tenía que ocupar de otras cosas, de cuidar a otras personas, mis hermanos, mis padres, mis abuelos.
Nunca, de verdad nunca me apareció en esa lista de deseos el deseo de ser madre. Sabía por mi experiencia que tener un hije me iba a complicar más la vida y de ninguna manera quería una vida más complicada de lo que ya la tenía. Quería ser libre y hacer lo que tenía ganas de hacer y sobre todo reducir al máximo los problemas.
Esta es mi historia y sin dudas al leer esto pienses como tantas veces me dijeron, “claro, con esa historia, como vas a querer tener hijos”. Pero lo cierto es que con historias similares o más difíciles que la mía, las mujeres igual tienen hijes.
Después, cuando ya estaba estudiando mis amigas empezaron a planificar sus embarazos y en un momento ya eran todas madres. Y Yo.. cri, cri, cri, cri.. en otra total.
No me interesaban sus conversaciones de pañales, leche, caca, médicos pero si me interesaban ellas y lo que estaban viviendo. Las veía felices con sus niñes y también agotadas y en tensión con la maternidad y a la mayoría con su pareja.
Todo me decía que iba por el buen camino para mi, que siguiera mi brújula.
A los 28 años con un grupo de amigues comencé a ayudar a niñes y adolescentes que vivían en la calle. Específicamente vivían debajo de un puente. Practicábamos leer y escribir, hacíamos deporte y acompañamos el proceso de reinserción con sus familias o con nuevas familias.
En ese grupo de chicos estaba Gus, tenía 9 años en ese momento y me encariñe muchísimo y se encariño muchísimo conmigo. Logré tener una protección legal hasta que encontráramos familia para él. Nos queríamos profundamente.
Conseguimos varias familias para que lo adopten y siempre se escapaba y volvía a casa después de varios días de estar en la calle. Y muchas veces después de jalar poxiran.
Era muy triste y muy doloroso.
Un día uno de los trabajadores sociales me dijo que Gus quería vivir conmigo, que me había elegido. En el mismo momento me di cuenta que no podía adoptarlo. Que estaba dispuesta a ser parte de su vida pero que de ninguna manera sentía que podía ser responsable única y total de la vida de él, ni de nadie.
Esa decisión no fue fácil y me llevó años sacarme esa sensación de no haber podido.
Con el tiempo, a los tumbos, con mis heridas todo fue cobrando sentido. Pude cumplir muchos de mis sueños y otros que no esperaba. Estudié, hice casi todos los deportes que se te puedan ocurrir, viajé, trabajé en lugares increíbles y en lugares no comunes para una mujer. Trabaje en campos de refugiados con infancias, adolescencias y mujeres en lugares remotos del planeta. Hice cosas que quise desde muy chiquita cuando eso solo era un sueño y no podía ubicar esos lugares en el mapa.
Algo que pude ver con el tiempo es que cuando más complejos eran esos lugares menos mujeres veía y las pocas que estábamos no teníamos hijes, ni pareja.
Después llegó el feminismo a mi vida y le puso teoría y entendimiento a todo eso que fui sintiendo a lo largo de los años. Apareció la idea de que mi vida tenía sentido en sí misma sin la necesidad de tener un hije. Que una familia también es una familia de dos y que no necesito ninguna descendencia.
Lo dije en voz alta, “No me interesa tener descendencia, conmigo se termina todo”. Me escuché cuando lo dije y fue una claridad enorme poner en palabras este sentimiento. Hasta ese momento no había escuchado nunca a ninguna mujer decirlo. Me alivia, y me libera sentir que todo se termina acá.