La casa de mi infancia es grande, intrincada, laberíntica, pero espaciosa y con luz. Hay muchos recovecos en donde esconderse, escapar y no cruzarte con la persona de turno con quien estabas peleada.
Viví después en casas más chicas, y aunque no había recovecos ya no me hacían falta. Lo que siempre había en todas ellas era un rinconcito afuera, para sentarse a tomar unos mates, sea balconcito, sea patiecito, lo que sea. También había ventanas que daban afuera. Sí, parece una broma decir esto, pero desde que vivo de este lado del mundo me encontré con otras realidades. Los espacios son chicos y poco acogedores y no, chico no es sinónimo de barato. Y las ventanas, algunas dan al hueco del ascensor, otras al pulmón del edificio que está techado con un material transparente pero techado al fin, a un patio interno también techado, otras a lo que en su día era un balcón o galería y se cerró y vidrió.
Mis primeros años en Barcelona viví en un departamento compartido, o piso como le dicen acá. Si bien laburaba tiempo completo con un salario bueno no había chance de vivir sola, los alquileres son inalcanzables. Mis dos primeras habitaciones daban a espacios cerrados y eran oscuras. Por suerte en ambos pisos existía mi querido y amado balcón, donde salía de la asfixia diaria.
Ya con mi compañero nos mudamos a otro piso juntes. Una habitación y una cocina daban a un patio ¿adivinen? cerrado. Por suerte nuestra habitación y el comedor si tenían salida exterior, pero vino mi amiga la pandemia y mi amorcito el balcón ya no estaba… me toco trabajar desde casa en una habitación oscurísima y contar las horas y segundos para poder salir a tomar una bocanadita de aire fresco en la hora autorizada para el paseo.
El impacto pandémico fue tal, que ambos necesitamos mudarnos a un lugar con más luz y un balcón o patio, pero esas palabras en Barcelona son sinónimo de lujo. ¡Y pensar que la casa en la que vive mi vieja tiene patios que no se usan! Nos fuimos a las afueras, para abratar costo de alquiler. A la Conchinchina no, pero casi. Un departamentito hermoso, con un ventanal enorme que da aun patiecito mediano donde tengo hasta mesita y sillas. A dos cuadras tengo montes y río… ¡Qué felicidad!
¿Y ahora qué? Bueno, si bien estamos cerca de la city en términos argentos (45 min en coche), en términos europeos es lejos… el transporte público es escaso, y tarda muchísimo en llegar a Barcelona, donde laburo. Los findes tengo que pedir asilo, porque no tengo cómo volver después de las diez de la noche. ¿Valió la pena? Sí, pero me pierdo cosas, porque me da mucha vagancia el trajín y, por momentos, me siento aislada…
Pero tengo patio. Tengo patio, tengo patio, tengo patio, tengo patio, tengo patio, tengo patio…