La madre que «deberás» ser

“¿De qué sirve una mujer si se convierte en una madre sacrificada?” Valerie Guarnizo, en el documental Amazona, dirigido por Clare Weiskopf.

El cuerpo de las mujeres siempre se ha considerado un bien público sobre el que la sociedad patriarcal decide y opina; debe ser delgado, no debe tener celulitis ni estrías, debe cuidar su dieta, no puede engordar, debe cuidar de los demás, no puede disfrutar del sexo libre, no puede abortar, debe procrear. Sin embargo, creo que la presión social, cultural y religiosa (todas atravesadas por el patriarcado) nunca es tan exacerbada como cuando se trata de la maternidad.

Pareciera que ser madre no es un elección individual (o en pareja, dado el caso) ni subjetiva; es el destino inherente a la naturaleza femenina.

No querer tener hjxs es una elección personal sobre la cuál recaen fuertes sanciones sociales. Las mujeres que asumen esta decisión pasarán la vida contestado a preguntas (tontas) que la cuestionan  porque aún se da por hecho que lo natural y normal es elegir ser madre.

Pero aún cuando se sancione la elección de no ser madre, hay dos situaciones todavía más prohibidas: la de quedar embarazada sin desearlo y abortar  y la de ser madre y arrepentirse. La maternidad es una experiencia tan determinante que marca la vida de cualquier mujer, y en ese proceso es factible (pasa más de lo que imaginamos) que llegue a pensar que de haber sabido lo que verdaderamente es ser madre, hubiera preferido no serlo. aún queriendo mucho a los propios hijos.

Pero quienes elegimos ser madres no nos liberamos de la censura y el control social. De hecho, este ejercicio de control (familiar, social, cultural y religioso) es causante de la mayoría de las depresiones post-parto (hay estudios que lo demuestran). Desde que nos embarazamos hay una constante catalogación entre lo que es ser “buena” o “mala” madre, dependiendo de cómo asumamos la maternidad. Ya sabemos que lo que transgrede ensucia el sistema y a través del disciplinamiento esa mancha se “corrige”.

Para empezar, se asume que el embarazo debe darse dentro de una  relación heterosexual estable. Apenas estamos en un proceso de aceptar otras formas de maternidad (y paternidad). Las mujeres embarazadas deben cuidar su peso (las embarazadas gordas son descuidadas), estar hermosas siempre y  no tomarse ni una copa de vino. Ni de vez en cuando. El embarazo se equipara al puritarismo.

Nos vemos bombardeadas con “sugerencias” de cómo deberíamos llevar a cabo nuestro parto, y hablo por mi experiencia. Parto natural, sin epidural (entre más dolor más placentero) y la cesárea ni por asomo. No juzgo la intención de ésta corriente sino fuera porque se vuelve absolutista. La cesárea es satanizada, por otras mujeres, como una opción elegida para parir. La elección del parto es individual, personal y libre.

Por otra parte, muchas mujeres sufren violencia obstétrica (que no está específicamente definida, aunque debería, como un tipo de violencia en contra de la mujer en la Ley 1257 de 2008) y pasan por situaciones traumáticas y contrarias a sus decisiones.

En conclusión, no basta con traer hijos al mundo, hay que saber cómo hacerlo.

EL YO EN LA LACTANCIA Y LA CRIANZA

Cuando fui madre descubrí que el amor, incluso materno, se construye y que no, el instinto maternal no existe mientras que la experiencia maternal sí. Cuando mi hija nació ya la amaba, no fue algo que ocurrió mágicamente producto de mi “esencia femenina”. Ese sentimiento se gestó poco a poco durante los 9 meses que la tuve en mi panza y crece cada día que compartimos nuestras vidas.

Los pensares y sentires, en especial los primeros meses, fueron contradictorios pero no por ello inválidos. Me sentía cansada, abrumada, fea, y además, culpable por sentir todo eso, cuando “debería” sentirme agradecida, feliz y hermosa.

El estereotipo de mamá que acaba de parir 90-60-90 (titular de revista “Mira cómo Fulanita recuperó su cuerpo en tiempo record”) no existe en la vida real. No tienes tiempo ni de bañarte, porque aunque tu pareja asuma, como debe ser, la corresponsabilidad de la crianza, solo las mujeres que parimos podemos dar de la teta.

Lo primero que te dice el/la médicx una vez pariste es “querida, da teta a libre demanda”. Lo cierto es que sufrí la lactancia. No la disfruté, me dolía, pasaba horas enteras sentada dándole teta a mi hija, en la noche no dormía y lo concebía esclavizante.  Me sentí culpable y egoísta por pensarlo de esa manera y demoré mucho tiempo en expresarlo con tranquilidad.

Si dando la teta “se da una conexión única” y “dar de la teta es amor” entonces cuando no quieres hacerlo porque te priorizas, ¿te hace esa decisión una “mala” madre? ¿acaso es la única forma de conectarte con tu hijx? ¿si no te sacrificas lo suficiente, no eres lo suficientemente buena madre? Tenemos el derecho a decidir cuando lactar en función del tiempo que necesitemos para nosotras, y por otra parte, abrimos espacio a que nuestra pareja participe, también, en la alimentación de nuestrx hijx.

Hay que romper con el binomio buena/mala madre porque como dice Beatriz Gimeno “la mala madre es la peor imagen que cualquier cultura reserva para algunas mujeres; y nadie quiere ocupar ese lugar”. Nos enseñan y venden una ideal de crianza perfecta donde todo es rosa, y nada es gris, imposible de alcanzar por nuestra propia condición humana. Entonces nos vemos enfrentadas a un sin número de frustraciones intentando apropiarnos de “ESE” rol materno ignorando que somos seres que fallamos. Cada una desde su experiencia puede proponerse un discurso alternativo a los discursos maternales hegemónicos.

El rol idealizado supone además que debemos ser madres sin que se nos note: siendo exitosas en el mundo laboral –como si el hecho de ser madres no cambiara nuestras condiciones laborales- , con el mismo cuerpo que teníamos antes de estar embarazadas y teniendo nuestra casa impecable. Como bien lo describe Marcela Lagarde “mujeres atrapadas en una relación inequitativa entre cuidar y desarrollarse”.

¿Estamos obligadas a elegir entre cuidar y cuidarnos? No lo creo. Sólo nosotras podemos definir nuestra maternidad en función de nuestra identidad (o nuestras identidades) sin que la una ocupe por completo la otra y la corresponsabilidad es clave para que se gesten relaciones equitativas en donde cada unx pueda desarrollarse plenamente a la par que crían su hijx. Por suerte existen cada vez más varones que desean ejercer su paternidad a pleno (mi pareja, por ejemplo) y son concientes de que es necesario que ambos realicen sus sueños, sus metas y sus proyectos.

Por último, mujeres, rompamos los tabús que impiden expresar nuestras emociones negativas respecto a la maternidad. Tenemos derecho a cansarnos, a abrumarnos, a replantearnos, a quejarnos. El amor por nuestrxs hijxs no va a cambiar si un día deseamos tirar la toalla. Hablar y compartir es la mejor forma que tenemos de empoderarnos.

*Por Tatiana Duque,
Periodista, Feminista especializada en Género
Columnista e investigadora en La Oreja Roja, La Crítica, Inmorale y otros medios digitales
Twitter @la_insumisa

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