Humor, estereotipos y libertad de expresión

En los últimos días se publicaron dos piezas de humor gráfico notorias por su sexismo explícito. Una de Sendra publicada en, la otra, firmada por Langer en la revista Barcelona.

Son llamativos los paralelos entre dos medios que, en teoría, son el agua y el aceite. Pero no tan diferentes, contratando humoristas con miradas de la realidad caducas, y editores que deciden publicar contenido que reproducen los estereotipos y la violencia que nos dañan. Tampoco son diferentes a la hora de burlarse por los reclamos que estos «chistes» generaron, en lugar de reconocer el error.

¿Qué dicen las publicaciones cuestionadas? ¿Cuáles son las ideas nefastas que volvieron a circular al amparo jocoso del humor?

Para Sendra, las preocupaciones de las mujeres pasan por la dieta, la cosmética y el chusmerío sobre celebridades. Y no importa qué tanto hayan avanzado en su carrera, ni siquiera si fue lo suficiente como para acceder a un puesto empresarial de alto rango, estas supuestas preocupaciones femeninas – de las que deben reirse sus pares masculinos- estarán por encima de su profesionalismo laboral. Porque así somos las mujeres para Sendra y para Clarín, seres volubles e irracionales, obsesionadas por el peso y la estética. Y con esas características ¿cómo podríamos merecer ser parte de los directorios de las empresas?

La respuesta del dibujante frente a las críticas, fue balbucear una nueva burla. Dice Sendra que lo que él es, «no tiene título» ¿Cómo que no? Es el varon blanco, propietario, heterosexual, educado, medida de todas las cosas que tiene miedo de perder sus privilegios y exhibe su machismo como un atributo. Apañado por uno de los medios más poderosos del país que, “casualmente”, deberá reveer su directorio a raíz de la ley que originó el chiste, ya que está conformado en un 100% por hombres.

Así reaccionan estos señores que quieren seguir siendo la medida de todas las cosas y los dueños de un mundo que se rinde a sus pies y perpetúa sus privilegios.

Barcelona es un medio que se supone más sensible a las cuestiones sociales, y hubiéramos jurado que la sátira y la ironía reclaman lo más filoso de la inteligencia para brillar. No es el caso esta vez. El «chiste» de Sergio Langer, que usa la trilladísima analogía entre violación y deuda. Que por supuesto tiene el efecto de normalizar y naturalizar la violación. No hay discusión sobre esto a esta altura, reírse de les oprimides, de les abusades y violentades es legitimar esas violencias y a quienes las ejercen. No es difícil de entender.

Entonces ¿por qué a esta altura los «chistes» de violación siguen teniendo el visto bueno, hasta en un medio que se considera “progresista” con una línea editorial feminista?
Normalizar la cultura de la violación es ser funcional al patriarcado.

Punto. Convertir a las víctimas -que son en su mayoría mujeres, niñas y niños, pero también pueden ser hombres- en una broma, no es más que una forma de despojarles otra vez de su dignidad, de reabrir la herida para asegurar sumisión y silencio. Es seguir normalizando en el inconsciente colectivo que esa violencia disciplinante es válida. Es un mecanismo para trivializar la violencia sexual, volviendo cómplice a tode el que se ria con el chiste. ¿Te da risa una violación? Ponete a pensar de que te estás riendo.

A las críticas levantadas por la publicación, Barcelona responde con otra poco lograda pieza irónica, que quizás quiere dar a entender que la única forma de hacer humor es dándole rienda suelta. Esa defensa ya se usó, no alcanza, porque asegura que cualquier crítica a una expresión humorística, por más grotesca y burda que sea, es una forma de censura y un ataque a la libertad de expresión y eso es mentira. La libertad de expresión existe al lado de nuestra libertad de decir que lo publican es violencia.

No hay nada inocente ni humorístico en ese intento de levantar cualquier barrera ética.

El humor es un arma de doble filo. Puede ayudarnos a sobrellevar situaciones traumáticas, a reapropiarnos de lo que nos oprime. Puede desestabilizar al poder, mostrándolo en toda su miseria con el simple latigazo de una risa.

Pero también sirve para segregar, excluir, seguir reproduciendo y afianzando numerosas violencias -racismo, clasismo, sexismo, xenofobia- diluyéndolas en formas aparentemente benignas, “porque nos hace gracia”. Es justamente esa apariencia inocua lo que le confiere un poder extraordinario para establecer y reproducir ideas nefastas, violentas. Porque se difunde con facilidad y sin conciencia. Pero sobre todo porque silencia todavía más a las víctimas y les exige alegre aceptación sacrificando su dolor en aras de la diversión colectiva. Y porque cualquier crítica se etiqueta como un ataque a la libertad de expresión. ¿Cuántas veces escuchamos que «ya no se puede hacer chistes sobre nada»?

Como bien señala la escritora y activista española Brigitte Vasallo, esta es una concepción neoliberal del humor que trata de vendernos la idea de que la libertad de expresión se autoregula naturalmente – como el mercado- , asegurando así que quienes tienen más poder, más acceso y más visibilidad continúen usándola como herramienta legítima para seguir normalizando la opresión. Y por debajo de elles, millones de personas bien predispuestas a reproducirla gratis y sin culpa.

Tenemos muy claro que la censura no es la forma de combatir la violencia disfrazada de chiste: solo convierte a los malos humoristas en excelentes mártires. Nadie dice que clausuren esos medios, lo que estamos haciendo es ejercer el derecho a decir que lo que publican es violento. Dejemos consumir medios que aceptan estas formas de humor. Sigamos señalando los estereotipos dañinos que se esconden en las humoradas. No lo dejemos pasar, no volvamos a esbozar una sonrisa incómoda, no dejemos pasar ese chiste compartido en un grupo de whatsapp en silencio. Matar las risas que predan del dolor y los estereotipos rancios, hasta que el humor sea ese que se burla del opresor y no del oprimido.

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