Uno de mis mayores temores antes de emigrar era no tener amigas. Recuerdo estar en Plaza Armenia con un amigo tomando mate y decirle: ¿Y si la gente me cae mal?. ¿Y si vos no les caes bien? me respondió. Eso no me preocupaba porque en Buenos Aires tenía mi zona de confort bien trabajada que abrazaba mi autoestima cada día y no me importaba si caía bien o mal. Ay… pero cuando llegué a Madrid. En cada curso que hacía, charla, evento, trabajo, esperaba el momento de conocer a alguien y que la magia de la amistad fluya pero especialmente en los espacios con españolas solía ‘recortarme’ para encajar, decir ordenador en vez de compu, no hacer tantos chistes, intentar no ser tan irónica, ni tan directa, en fin, ser cualquier otra persona. Ahí sí que la búsqueda de ‘caer bien’ se apoderó de mí.
Me junté con decenas de personas. Siempre hay un amigue de un amigue que está recién llegade y con toda la esperanza del mundo una se junta a tomar una birra y un par de veces me funcionó y di con mujeres divertidas e inteligentes con las que podría hablar por horas y muchísimas otras veces no fluyó y sentí que había gastado tiempo y dinero en nada. Pero en mi mente me repetía: así como algunas tienen mil citas tinder para dar con un chongo medio decente yo haré el mismo esfuerzo por tener amigas.
Y claro que con las argentinas es más fácil pegar onda: el mate, la cumbia, la cultura, el humor, compartir la experiencia migrante, los duelos, las búsquedas laborales, ¡¡los trámites de extranjería!! En especial los primeros años cuando el proceso migratorio es sencillamente UN MONTÓN compartir con amigas migrantes es reconfortante, es encontrar un poco de calorcito con olor a bizcochos y facturas. Pero no es simplemente una cuestión de nacionalidad, porque, especialmente quienes vivan en Madrid, sabrán que hay tanto argentino facha fan de Ayuso y devoto de Milei que mejor perderlos.
Me suele pasar con los vínculos de mi niñez que una ya les tiene cariño y hay tantas cosas vividas que mi tolerancia a ciertas cuestiones es más laxa (con mis límites) pero a mis 34 años ya tengo bien claro a que tipo de vínculos le quiero dedicar mi tiempo y qué valores necesito compartir para sentar bases para una amistad. Dedicarle tiempo y energía a esta búsqueda y a construir estas relaciones, en mi experiencia, siempre vale la pena. Como el feminismo nos enseñó: lo personal es político, migrar es político y hacer amigas también.