Giséle Pelicot

Hoy la justicia francesa dictó sentencia en el caso de Gisélle Pellicot, una mujer de 72 años a quien su marido durante aproximadamente 10 años  drogó para que otros hombres la violaran, mientras él además sacaba fotos. 

Al marido, Dominique Pellicot lo condenaron a 20 años de cárcel, otros 50 varones  también fueron declarados culpables de violación y recibieron penas de entre 3 y 15 años, inferiores a lo que pidieron los fiscales.

Estos varones tenían entre 27 y 74 años, son de todas las profesiones y condiciones sociales, y la mayoría procede de un radio de 50 km de Mazan, el pueblo de los Pelicots, un pueblo pequeño. 

La investigación revela que Pelicot ofrecía que estos hombres violaran a su esposa a través de un sitio web de muy fácil acceso para cualquiera. Ese sitio fue cerrado, muchos más sitios iguales siguen abiertos en todo el mundo.  

La mayoría de los condenados no se consideran violadores, y gran parte de la sociedad tampoco los considera así.

Giséle Pelicot no pudo elegir que esto le sucediera o no, pero si eligió como atravesarlo, le puso el cuerpo y la cara a una situacion aberrante, se sostuvo con dignidad durante todo el proceso.

Ella y su familia tienen la vida destrozada, los violadores no, la gente los mira con indulgencia, muchos siguen con sus parejas y familias que no creen que sean violadores, algunos tuvieron hijos durante este proceso. 

Nada nuevo bajo el sol de las mujeres que no estamos seguras en ningún lado, no importa la edad que tengamos, la condición social, no importa nada, parece que el sometimiento cruel de las mujeres es una condición de existencia de la masculinidad. 

Cuando les pedimos a las compañeras que hablaran con sus parejas sobre este caso, muchas de ellas recibieron respuestas que no esperaban y no deseaban “no le creo”, “¿Cómo no se dió cuenta antes?”y cosas por el estilo. Sin embargo nosotras le creemos a Giséle, y no pensamos que sean enfermos ni locos, porque el registro de nuestras experiencias de mujeres en este mundo, nos dice que lo que Gisele cuenta no es descabellado ni loco, aunque si aberrante.  

Lo sabemos, porque tampoco eran enfermos ni locos los tipos que nos mostraron el pene cuando íbamos de camino a la escuela, ni los que nos apoyaban en el transporte público, ni el padre de la amiguita que nos acariciaba cuando íbamos a jugar a la casa, ni el tio que nos hacía sentar a upa para rozarnos, ni los pibes que comparten fotos de sus compañeras desnudas en grupos de Telegram, o que drogan pibas en los boliches para violarlas.

Una de las cosas que dijo Gisele Pellicot durante el juicio fue “la verguenza tiene que cambiar de bando”, en alusión a la verguenza que siente cualquiera de nosotras que haya sido victima de violación, y el proceso de revictimización que nos hace atravesar la justicia y la sociedad toda, porque la duda siempre recae sobre nosotras, se investigan nuestros vínculos, nuestros actos, palabras, vestimenta, como si fueramos las culpables de la agresión, como si fuéramos agredidas porque incitamos la agresión de estos pobres hombres que no saben, no pueden “refrenar sus impulsos”. 

Nosotras sentimos verguenza, a nosotras nos hacen sentir verguenza, mientras los violadores ni se averguenzan ni se arrepienten. 

Pero lamentablemente la verguenza no cambia de bando. Nos encantaría escribir que si, que la vergüenza está cambiando de bando, pero es mentira, porque vivimos en un mundo que día a día eleva los umbrales de la crueldad tolerable especialmente sobre los cuerpos de las mujeres y les niñes, un mundo en el que, las mujeres son sometidas y violentadas de formas crueles, inhumanas y degradantes todos los días en todos los rincones del planeta, y quien somete, no solo está lejos de sentir verguenza sino que siente orgullo porque esa crueldad lo vuelve poderoso frente a sus pares varones, lo convierte en el verdadero macho, en varón con todas las letras, al que somete sus pares lo respetan y le temen. 

Lamentablemente, el aberrante caso Pelicot va a pasar como pasaron otros casos aberrantes sin que nada cambie demasiado, porque quizás lo que tiene que cambiar de bando no es la vergüenza sino el miedo. 

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