No entendí por qué estábamos en La Parroquia de Belgrano si no era Pascuas. Mi mamá dejó de insistir con ir a misa hace tiempo, ahora íbamos apenas una vez por año, y con mi hermano no protestabamos, conscientes de que al final del día nos esperaba un huevo de chocolate para cada uno. Sin embargo, no era Abril, ni siquiera era Domingo. “No pasa nada”, quise convencerme, todo estaba bien cuando ella estaba cerca. Mi mamá se abrió paso, ignorando a la señora que pide limosna en la escalera, testigo de personas que entran con el alma colmada de vergüenzas y salen con la convicción de que, tras un simple rezo, han sido purificadas.
La Parroquia estaba ocupada únicamente por el silencio, al igual que mi casa los últimos tres días. El aire estaba desnudo de las fragancias de las señoras que ocupaban los bancos. Los tacos de mi madre resonaban en el suelo pulido, creando un eco solitario. Su mano cubría la mía con cierta dureza. Tuve que encorvar mi cuello para advertir sus gestualidades. Las arrugas, esas que tanto le preocupaban, parecían haberse profundizado desde aquella mañana que la sorprendí en la cocina. Esperé a que todos se fueran para decirle que me daba miedo quedarme sola en el cuarto con el hijo de su novio. Se quedó en silencio después de oírlo. Me pidió detalles que no recordaba, solo podía expresarle la atmósfera, mi postura y su mirada amenazante. Me preguntó por qué no grité, por qué no pedí ayuda. No pude explicarle que mis sentidos se nublaron, por unos minutos, no reconocí mi cuerpo como propio, cada contacto parecía activar una respuesta involuntaria que no podía controlar. Esperé que el tiempo avanzara, lo más intacta posible, para retomar el control de mi cuerpo y de mi voz, sin saber aún que una parte mía quedaría ahí suspendida. “No sé” le respondí. Respiré hondo y abrí mis ojos. Los rayos de sol filtrándose por los vitrales delataban el polvo de las figuras religiosas. Su mano soltó la mía para indicarme el camino hacia un cuarto sombrío, donde me esperaba un hombre sentado. Cuando giré en busca de mi mamá, había desaparecido.