Hoy se cumple un año de la asunción de Milei como presidente de la República Argentina y yo me siento a escribir sobre el cuerpo, sobre mi cuerpo. Tenía preparado un poema, pero hoy me parece que no alcanza, que no es suficiente. Necesito explicitar mi agradecimiento a este cuerpo, al que tengo, al que se bancó todo este año de barajar y dar de nuevo en muchas cosas.
Soy una mujer de 45 años con una lumbalgia crónica, lo que hace que tenga que buscar nuevas posiciones cuando el dolor irrumpe. Entonces, recurro a ejercicios, cambio de hábitos, nuevas posturas. Y así voy por la vida, generando modos de vivir en concordancia con el cuerpo que habito.
Sin embargo, lo que cambió la relación que tengo con mi cuerpo no fue la lumbalgia, sino Mujeres que no Fueron Tapa. Por una cuestión de pudor, nunca las menciono. Generalmente, al escribir, hablo de “los Feminismos” y doy por sentado que nuestra comunidad está incluida. No obstante, hoy tengo la necesidad de nombrarlas porque me mejoraron la vida en muchas cosas y la relación con mi cuerpo es una de esas. Hay un antes y un después de MQNFT.
Todavía me acuerdo de mi primer Encuentro de Socias: era pandemia y yo estaba preocupada porque tenía muy mal el pelo. Las canas ganaban terreno y la tintura perdía color. Sabía que no me iba a exponer al contagio por teñirme, pero tampoco habitaba con comodidad ser una dejada (así se nombra en mi familia a las mujeres que no acatan los estándares de belleza).
Con esto en la cabeza, me sumé al Zoom. Recuerdo ese momento y me viene al cuerpo la alegría de cuando vi a varias compañeras canosas, algunas con el pelo blanco. Y al mirarlas sentí alivio. Y ahí, silenciosamente, me inscribí en una tradición de mujeres que en la cabeza tienen muchas cosas y canas también.
Y así fue que no me volví a teñir el pelo. Verlas a ellas me habilitó a pensar que mis canas podían gustarme, mucho más que el color que me hacían en la peluquería de Recoleta a la que iba cada dos meses y en la que dejaba una parte considerable de mis ingresos.
Y hablando de peluquerías, otra cosa que no me volví a hacer fueron las manos, los pies y la depilación de bozo, cejas, pierna entera, pelvis completa y tira de cola. Todavía no puedo creer como me sometí tantos años a esa tortura sin siquiera pensar que no era mi obligación.
Releo lo escrito y destaco la palabra “habilitó”. Y me doy cuenta que formar parte de esta comunidad me habilita, me da oportunidades. Y que en la relación con mi cuerpo es donde más lo noto. En los años compartidos, aprendí que mi cuerpo y yo no somos enemigos. Que él no es algo que yo tenga que transformar para ir por la vida, que somos una unidad, desafiando el discurso positivista mente- cuerpo y los mandatos del patriarcado.
Y también, junto a ustedes, me afirmé en un caminar sin tacos, en una cara lavada, sin maquillajes y en la ropa holgada. Me instalé en la comodidad. Es desde ahí donde mi cuerpo y yo enfrentamos estos tiempos crueles y nos preparamos para el futuro, que anhelamos feminista.
Y, para terminar, les comparto el poema que les mencioné antes. Surgió a partir de un encuentro de MQNFT en el que conversamos sobre la felicidad. Me acuerdo que no fue un encuentro “feliz”, como se pensaría que tienen que ser la felicidad y los encuentros. Fue otra cosa, diría, más genuina.
Así que cuando se planteó la idea de abrir la conversación sobre el cuerpo y el disfrute, apareció en toda su insistencia ese poema, escrito hace varios años y modificado para incluirlo en este boletín. Todavía no tiene título y me gusta que sea así. Me recuerda que las cosas nunca se terminan del todo ni duran para siempre.
Mi disfrute tiene forma
de flores silvestres en un pasto verde
camino procurando no pisarlas
recordándome
que nadie las pensó
para adornar grandes salones.
Es la mano de mi hijo agarrando mi mano
y la masa deforme de la lucha feminista.
Son los chalecos y los pulloveres tejidos a mano
y la certeza de la Plaza Congreso.
Mi disfrute tiene olor a mar
y a asfalto, a jazmines
a comida recién hecha.
Y a la tierra colorada,
tan ajena y tan mía.
Mi disfrute se siente
como el primer sorbo de café con leche a la mañana
como el peso de las frazadas en las noches frías
como el agua tibia de la pileta en los días de verano.
Mi disfrute es
soledad
suficiencia
un cuerpo que baila, una mano que borda
un clítoris que pulsa
una panza llena.
Un corazón que late
por esta vida
que intento vivir
en nombre propio.