Descanso en clave feminista

En mi infancia y adolescencia, “vacaciones” eran cuando no tenía que ir a la escuela. Punto, así de simple.  Estuviera donde estuviera, ese tiempo eran vacaciones. Más adelante asocié “vacaciones” con los días de licencia laboral en el trabajo en relación de dependencia.  Al principio los usaba para concretar un viaje con amigas por ejemplo y, años más tarde, me iba a la playa con mi marido y mis hijas chiquitas. A todas las llamaba “vacaciones”, pero nada que ver unas con otras.

Me parece que vacaciones reales para mí hoy son desprenderme por unos días de las obligaciones que tengo en mi vida cotidiana. Y esas obligaciones ya no se limitan a cumplir con el estudio, como en mi infancia y adolescencia, o con el estudio y el trabajo en relación de dependencia como en mi juventud. Creo que las obligaciones de las que más necesito descansar actualmente son las de cuidado.

Decididamente, desde mi perspectiva actual, los viajes familiares con hijas pequeñas no calificaron como “vacaciones”. En ese momento de mi vida, descansar también de las tareas de cuidado hubiera sido realmente vacaciones, no alcanzaba con pausar el trabajo remunerado fuera de casa.  En esa etapa, ir a la playa, por más que disfrutara el mar, hacer castillos de arena y ver a mis hijas en ese contexto, no implicaba descansar, ni disfrutar tiempo propio.  ¡Todo lo contrario! La convivencia y la dedicación a la familia eran continuas, con lo cual el descanso y el tiempo personal escaseaban, los percibìa como fuera de alcance.  Aun cuando disfrutara, recuerdo la sensación de alivio incluso después de los fines de semana, al llegar el lunes, con la rutina más ordenada y, especialmente, con las horas de jardín de infantes o escuela. 

Separarme del padre de mis hijas y que las tareas de cuidado de ellas estén totalmente a cargo de él por unos días, hoy siento que es fundamental para completar mi sensación de vacaciones.  

Hoy, con hijas más grandes, salir de viaje con ellas me resulta maravilloso, me divierto muchísimo y, aún así, antes o después de hacerme cargo de todo lo que implica organizar y sostener un viaje con ellas, necesito “vacaciones” para mí, tiempo ocupándome de mí. 

Si estar de vacaciones es “no trabajar”, se vuelve complicado cuando somos adultas y tenemos personas a cargo, porque nuestro trabajo es mucho más que el trabajo remunerado fuera de lo doméstico.  

Me gusta esta licencia que me doy de reconocer que quiero tomarme vacaciones de las supuestas vacaciones. Apagar el mandato de disfrutar y aprovechar siempre, también el de la maternidad rosa y el de la mujer que todo lo puede.  Descansar, escribir, dormir.  Leer hasta la madrugada sin horarios, comer diferente.  Buscar momentos de soledad. Eso también son vacaciones para mí, en el momento y en el lugar que eso ocurra.

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