Dejar de ser hija

Lo más contundente que tengo para compartir de ser hija, es el alivio que sentí cuando dejé de serlo.  Se me había vuelto muy pesado. Cargaba con la mirada de esos ojos, atentos a lo que yo hacía, decía, qué me interesaba, cómo organizaba mi tiempo, cómo cuidaba la relación con mi entonces marido, con mis hijas, mi trabajo, cómo me vestía.  Intentaba buscar cuál era la cercanía y distancia adecuadas para mí respecto de mi mamá y de mi papá en cada momento, en las diferentes circunstancias.  Fue un arduo trabajo para mí ser hija adulta. 

Una vez, hace algunos años, le dije a mi mamá que lamentaba profundamente que a ella le afectara tanto lo que yo hiciera o no hiciera, que ojalá yo pudiera tomar decisiones y vivir mi vida sin que eso tuviera tanto impacto en ella.  Le aclaré que mi intención no era herirla, que yo simplemente intentaba hacer las cosas a mi manera y que iba a seguir intentando hacerlo por más que a ella le afectara tanto.  Fue una conversación amorosa y contundente.  Lo valoró, la alivió.  Me agradeció en varias oportunidades.  Creo que lo que entendió fue que yo registraba su sufrimiento, a pesar de no estar dispuesta a hacer todo lo posible por evitarlo (lo cual obviamente estaba fuera de mi alcance).

Reconozco que me resultó difícil correrme de la actitud de intentar complacerlxs a ella y a mi papá, me requería mucha atención, energía y lágrimas, tuvo un gran costo.  Pero quedarme ahí hubiera sido una trampa sin límites, el costo hubiera sido muchísimo mayor.  Me hubiera sentido enjaulada y, de todos modos, nunca hubiera sido suficiente.  No porque ella, personalmente, fuera tan exigente, sino por los pesados mitos y mandatos que sabemos que nos atraviesan a las mujeres como hijas.  

Y eso que recibí mucho reconocimiento; tanto mi papá como mi mamá se sentían orgullosos de mí y me lo decían.  Estuvieron lxs dos muy presentes en mi vida, cada unx a su manera. Incluso reconozco aspectos de ellxs en mí con alegría.  Les agradezco lo mucho que me dieron.  Me siento satisfecha con la relación que pude sostener con cada unx de ellxs.  Así y todo, el alivio fue inmenso cuando constaté que ya no me sentía hija.

Ahora ya no me miran desde afuera con ojos críticos desde la responsabilidad que creo que sentían como madre y padre de una hija mujer, de la manera que ellxs la interpretaban.  En este momento, son para mí una presencia amorosa que me acompaña sin juzgar.

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