Cambia nada cambia…

Nosotras nacimos con estas imágenes.

Moria Casán semi desnuda en la tapa de la revista Gente es mi recuerdo del regreso de la democracia, yo tendría siete años y me acuerdo de eso, “El destape”. Eramos muy chicas, Paulita era mi mejor amiga, y me suena que corría el ´82 y se hablaba de eso. Nosotras no entendíamos nada, pero hablábamos y queríamos entender, era obvio que eran cosas de grandes, por eso nos daba más curiosidad. Entonces Vane, la hermana más grande de Paula nos mostró esas revistas, no se si era la Gente, la Siete Días  o alguna de esas en las que Moria Casán y otras mujeres aparecían con plumas, conchero y con las tetas al aire; y  la revista tapaba los pezones con dos tititas negras o algo así. Nosotras hablábamos de eso, repetíamos lo que escuchábamos, que era una degeneración y no se cuantas cosas más.

Hoy mientras muchas personas se escandalizan porque tres mujeres “solas” comunes, sin cámaras, sin cobrar, solo por que se les dió la gana se sacaron sus corpiños en una playa, Florencia Peña sale en bolas en la tapa de la revista Gente, como parte del negocio de los medios, del canal en el que trabaja, como parte de una venta. Mostrando una imagen de un cuerpo retocado con con phoshop, con cirugía, un cuerpo exhibido como un objeto y el discurso que invita siempre a reeditar un estereotipo que nos recorta la posibilidad de ser y existir por fuera del mandato que nos impone como destino ocuparnos de la belleza física, el amor de un hombre y  la maternidad como únicos destinos del género. Parece que treinta y muchos años después, todo se parece.

Crecimos con las imágenes de Olmedo manoseando a Adriana Brodsky -que era «una nena»- en la televisión. Muchos años después, Tinelli  le corta con una tijera la tirita de la tanga a una mina, mientras otra simula una penetración al tiempo que lame un caño. Todo se parece, o ¿todo empeora un poquito?

Crecimos con esas imágenes de las mujeres, con las imágenes de los cuerpos de las mujeres dispuestos para el consumo; y solo esas y las fuimos naturalizando. Todos.

También crecimos, con imágenes de hombres, muchas, en las revistas, en la tele, en los diarios, en todos lados. Recuerdo las pilas de la revista El Gráfico en la casa de mi abuelo. Héroes deportivos, todos hombres. Y se me vienen otras revistas, revistas de temas importantes. Todos hombres. En esas imágenes, los hombres son  héroes, presidentes, campeones del mundo de lo que sea, científicos, descubridores, aventureros. Todo lo fabuloso y genial lo hacían los hombres. Los programas importantes eran conducidos por hombres.

Nada ha cambiado demasiado. Las mujeres que están haciendo cosas extraordinarias o inclusive las mujeres que están haciendo las mismas cosas que los hombres, no son visibilizadas. Las nenas no crecen con esas imágenes saltándoles encima desde las revistas, la tele, o internet. Todo se parece.

Más o menos en ese momento mismo de la vida, algo así como entre mis siete y ocho años empecé a preocuparme por el pago de la deuda externa, suena raro, muy raro, lo sé, pero es así. Imagino que se hablaría mucho de eso en  la tele, en la calle y en todos lados. Siempre me gustó mucho escuchar las conversaciones de la gente. Quizás fuera eso, no se, pero a me preocupaba mucho pagar la deuda externa. Y buscaba la manera, sacaba cuentas, hacía cálulos, no entraban todos los ceros en la calculadora pero yo me daba maña, porque ya sabía atender la panadería y cobrar. No Había encontrado la solución para el pago de la deuda, me parecía tan simple que no entendía como el ministro de economía no se daba cuenta. Estaba segura de que si el gobierno ponía buzones en las esquinas y todos aportábamos algo así como ¿un millón de pesos? (era la época de los muchos ceros) que era como unos diez pesos de ahora, era muy fácil pagar la deuda. En esa época, yo quería ser presidenta, hasta que me di cuenta que las mujeres no eran presidentas, o no lo eran de verdad, lo hablaba con mi abuelo, a las mujeres no las elegían para ser presidentas, él me había contado de Evita y también de Isabelita. Quizás por eso, años después, por 1990 después seguí con fanatismo la campaña de Violeta Chamorro en Nicaragua y me acuerdo de llorar en un kiosco de revistas cuando leí había ganado. Una mujer podía ser elegida presidenta.

También por esa época pensé en la alternativa deser ministra de economía, pero no había mujeres ministras de economía, yo no las veía. Y tampoco había google para hacer preguntas y buscar. Si no estaban en los medios o en los libros no existían. Punto final. No había mujeres haciendo cosas extraordinarias, ocupando lugares importantes, solucionando los temas que involucraban a mucha gente. Y yo me preguntaba ¿por qué? ¿Será que a las mujeres no nos sale hacer eso? ¿Será que no podemos hacerlo bien?. La semana pasada leí una investigación que dice que a los seis años las niñas dejan de asociar  el talento y la genialidad con el género femenino y comienzan a identificarlos solo como  atributos del género masculino. No ver a estas mujeres se trata de eso.  No es gratis en el camino hacia la igualdad  crecer sin referentes cercanos como crecen los varones. Agiganta la brecha.

Esa fue, me doy cuenta ahora mientras  lo escribo, una época de grandes revelaciones para una niña pequeña, ya que más o menos por ahí – siete años-, también empecé a leer literatura con una voracidad que asustaba a la gente, tenía plena libertad y acceso a los libros de mi casa y leía casi lo que quería. En mis historias los héroes en general eran hombres, no había muchas heroínas, excepto Sissi, pero ella era emperatriz por haberse casado  con el emperador y eso no me convencía mucho, había una trampa ahí, podía intuirlo;  ella no podía hacer lo que quería, y  su libertad estaba tan limitada que a mi me desesperaba. Claro que también había leído Mujercitas y amaba a  Jo, pero había algo en ese final con ese casamiento raro que nunca me cerró. Por supuesto que había más mujeres en mis libros, mujeres que que eran objeto de deseo de los protagonistas, mujeres que amaban y eran amadas, mujeres que deseaban ser amadas y que sufrían por el amor de un hombre que iba y venía viviendo aventuras. Las aventuras, siempre han sido en la literatura y en el cine cosa esencialmente de hombres.

Creo que por todo eso, o por mucho de eso, yo quería ser un nene, quería ser varón, porque todo lo que quería hacer lo hacían los pibes, y ser nena era, aburrido, desabrido, insulso. Ocuparse de la ropa, de ser linda, de gustarle a un nene, de usar perfume y medias blancas delicadas con puntilla y zapatos guillermina. Yo quería usar zapatillas, quería que me compraran las que más rápido corrían. Me sentía encerrada. Porque yo era una nena, pero quería poder estar más en la calle como los varones, jugar los juegos de los varones, ir de expedición, jugar carreras de bici, de carritos, de lo que sea,  trepar tapiales y saltar al otro lado, robar higos, jugar a la escondida y al ladrón y poli con ellos, andar en bici para todos lados, construir chozas y casitas.

Pero ese no era el mundo de las nenas, el mundo de las nenas no es la calle, porque la calle es peligrosa para las nenas. Las nenas son de su casa, tienen que estar adentro, mirar la novela, dibujar, jugar a la mamá. A las nenas se les decía no, muchos no. No corras que te vas a ensuciar, no saltes que se te va a romper la ropa y se te levanta la pollera. Que no se te vea la bombacha, que no se te rompan los zapatos. Las nenas no dicen malas palabras, no son brutas, no son torpes, las nenas no gritan ni se ríen fuerte. Hay que ser prolijita y bueníta, no ser varonera, no ser machona.

Yo era todo eso, era varonera y machona, y a mis padres no les parecía tan grave, pero a las otras nenas si y a las mamás de las otras nenas también. Había que encajar, para no sufrir, para no ser tan rara, jugar a las cosas que juegan las nenas, a la mamá, a cocinar, a las muñecas, a pintarse, y ser buenita y modosita.

¿Eso cambio mucho? No se, no creo. Treinta años después la calle es cada vez más peligrosa para las nenas, para todas las mujeres, no solo se pueden cruzar con un hombre que les muestre sus genitales como nos pasaba a nosotras, que nos sigan en la calle y nos digan obscenidades, que algún adulto nos manosee. Ahora  las nenas ahora pueden desaparecer, pueden ser secuestradas por una red de trata de personas camino a la escuela.

Y en las jugueterías los juegos de ingenio siguen estando en la góndola de los varones, ellos siguen teniendo los juegos divertidos e inteligentes y las nenas siguen jugando con cocinitas, bebotes, muñecas y pinturitas, todo bien rosado, bien de nena. Juegan con las mismas barbies curvilíneas con las que jugábamos nosotras para que se les vaya grabando a fuego ese ideal de cuerpo imposible que se van a gastar la vida tratando de alcanzar.

Lala Pasquinelli

 

 

 

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