Recuerdo en mi adolescencia y juventud, identificarme con la proa de un barco, de un rompehielos más precisamente. Me abría camino con esfuerzo y valentía, quería transitar lugares nuevos o quizás hacer las cosas de una manera diferente a lo que veía a mi alrededor. El sentido era de cierto heroísmo y soledad.
Hoy, con la experiencia de 15 años de participar en grupos de mujeres, la imagen que aparece cuando pienso en mi vida es muy diferente. Me siento parte de un movimiento, que me contiene y al que aporto. Sé que lo que me pasa, no me pasa solo a mí y no soy la primera que piensa alternativas más liberadoras para intentar cambiar las cosas. El gran cambio debe ser un poco que pasó el tiempo y otro mucho la incidencia de los feminismos.
La diferencia la hacen las compañeras. Para mí es contundente. El movimiento feminista somos las mujeres que lo formamos. Las que nos precedieron, nosotras y las que nos sucederán. En un fluir continuo, con hilos que se entretejen, con diferentes aportes, que funcionan como tensiones, luces y alertas. Con épocas de avances más públicos y otras de pequeños logros más íntimos.
Las compañeras pensamos juntas, nos inspiramos mutuamente, nos valoramos y alentamos. También nos cuestionamos. Somos muchas mujeres que actuamos como referentes mutuas, quizás con solo cruzarnos por la calle y registrar un gesto, un modo, que nos resulta liberador, que nos acerca más a la autonomía a la que aspiramos. Cada mujer que nos muestra una forma propia de habitar el mundo, nos ensancha las posibilidades de encontrar formas propias y actuales de transitar las complejidades de nuestra vida en cada momento. Hay compañeras que conocemos personalmente, otras que solo hemos leído, escuchado o visto.
Y como parte de este movimiento, ya no me siento sola. Aunque me guste estar sola y busque momentos de soledad. Aunque a las decisiones sobre mi propia vida las tomo y pongo en práctica yo sola. Gracias a las compañeras, a los espacios que compartimos, las charlas, las reflexiones, las lecturas, puedo pasar de la resignación, el enojo y el resentimiento, al disfrute, la risa, el respeto a mí misma, el cuidado, la paciencia. Mi sensación predominante ahora es de libertad, me siento responsable de mi propia vida, de mis decisiones.
Por último, este trato de compañeras me permite aprender a tratarme a mí misma como compañera, pensarme como mi propia compañera. Me gusta hablarme a mi misma. Un aspecto mío anima a otro, o lo tranquiliza o lo invita a hacer una pausa.
Así, las compañeras (yo misma incluida) me acompañan en la complejidad de la vida, de mi propia subjetividad y mis procesos. También me permiten reírme de mí misma, tratarme con ternura y paciencia.