Acá se marcha.

“31 AÑOS DE PRISIÓN Y 154 LATIGAZOS”

Así informaba el 6 de octubre de 2023 un diario argentino que la activista iraní Narges

Mohammadi había ganado el Premio Nobel de la Paz.  Maldije la capacidad de ese medio para intentar disciplinarnos a las mujeres mientras se jacta de que hace periodismo. Porque “31 años de prisión y 154 latigazos” matan Premio Nobel.  ¿O no?  ¿Qué nos dice este titular? ¿Es una amenaza? ¿Es una advertencia?

Pensé en Narges y en las manifestaciones.  Así se le decían a las marchas en la década del 80, cuando empecé a ir.  En esa época tenía cinco, seis años. Acompañaba a mi mamá, caminábamos juntas, charlabamos a los gritos y cantábamos. Recuerdo la mano de mi mamá sosteniendo la mía, cuidándome para que no me perdiera.  Y la sensación de que ella y yo formábamos parte de algo más grande que nosotras.  

Y, cuando llegábamos a la tan anhelada Plaza de Mayo,  nos comíamos un choripan.  Este ritual funcionaba como premio por la caminata y como acopio de energía para la vuelta. 

Aclaración importantísima: Los choripanes se compran, no te los regalan.

Pienso en mi mamá y en todas las manifestaciones que compartimos: las de las elecciones del 89, las marchas contra las privatizaciones, las que defendían la educación pública, las de la Memoria, Verdad y Justicia.  Mi mamá y yo andábamos mucho juntas.  En lo público y en lo privado.

Fui creciendo y dejé de ir a manifestaciones con mi mamá.  Las dos, por separado, seguimos yendo, pero por causas distintas.  Lo que sí siempre compartimos era la convicción de que había que ir a las manifestaciones.  Que no daba lo mismo ir o no ir.  

Así las dos seguimos marchando, cada una con sus luchas, pero con la certeza de que en cada paso, lo hacíamos por nosotras, por ese dúo madre-hija y por los otros.  

MUJERES QUE NO FUIMOS TAPA

Este 28 de septiembre salí a marchar.  Desde los días previos, no podía contener  la sensación de anticipación que me producía volver a ser físicamente parte de un movimiento que me trasciende.

Anhelaba la calle vestida de verde, el tener que pedir permiso para pasar por la cantidad de gente que íbamos a ser, el olor de los choripanes, los bombos de las compañeras y las canciones pegadizas, que se siguen repitiendo por días.

Pero lo que más necesitaba era el grito unánime contra el Neofacismo.  Un grito que iba a molestar por su desobediencia. Y porque los feminismos fuimos el único movimiento que se manifestó contra la posibilidad de ser gobernados por la Extrema Derecha en cualquiera de sus formas. Al mismo tiempo que denunciábamos la desorientación de la mayoría de los actores políticos. Un grito que iba a venir de gargantas con voces agudas e históricamente silenciadas.

Hace muchos años, cuando todavía habitaba los veinti, leí en el diario un artículo que divulgaba una investigación.  Los científicos habían descubierto que los hombres no podían escuchar por un tiempo prolongado a las mujeres porque el timbre agudo de su voz les dañaba los oídos.  Obviamente citaban partes del paper, publicado en un journal científico.  Quedé impactada. Desde ese día, viví advertida del timbre de mi voz. Otra cosa más para amansar de mí misma.  

Cuando me instalé en los treinta, paulatinamente fui abandonando ese intento de auto domesticación.  Me pude dar cuenta que lo que molesta no es el tono de voz de las mujeres, sino las verdades que decimos.

Entonces, cada vez voy a una marcha feminista y escucho la voz en los parlantes, me siento en sintonía con la mujer que canta y le pone letra y música a la lucha.  Y también con las mujeres con las que avanzo, como una gota que conforma la marea.  Una gota indispensable.

En esta marcha, renové ese sentimiento.

Fundamentalmente por pertenecer al colectivo de MQNFT, que se apropió de las calles con una bandera hermosa, que nos servía para ir agrupándonos.  Y también porque le daba visibilidad a nuestro modo de habitar los feminismos.  Me llenaba de dignidad y esperanza.  Agradecí internamente por las compañeras que habían hecho la bandera. Porque existen.  Y me mejoran la vida.  A mi y a todas.  

Estimé en silencio a las compañeras que organizaron la ronda de lectura.  Sentí la trascendencia de ese gesto.  Y me emocioné al ver las lágrimas de las que leían y de las que escuchaban.

Agradecí ese pedazo de plaza que pisaba.  Levanté el pañuelo verde con satisfacción.  Pensé en las que ya no están porque las mataron.  También, en las que no pudieron venir, aplastadas y desvitalizadas por la infinidad de tareas no remuneradas que llevan a cabo. Y me reconforté en las que sí estábamos.  Con todas #NOSTENEMOS.  

“NOBEL DE LA PAZ A NARGES MAHAMMADI, EN RECONOCIMIENTO A LA LUCHA DE LAS MUJERES EN IRÁN”

Tituló otro diario argentino.  Y chiquito, en el margen superior izquierdo, aclaraba: “está presa.”

Comparo titulares.  Ambos dan cuenta de que ser una mujer que se destaca en el ámbito público es peligroso.  Y que si es de las que alzan la voz para luchar contra el patriarcado y ponen el cuerpo para organizar a las mujeres como colectivo, el riesgo es mayor.  La desobediencia se paga.  

Reflexiono sobre el pasaje de manifestación a marcha.  En los ochentas, Argentina salía de una dictadura cívico militar que imponía el silencio de ciertos colectivos a fuerza de desapariciones.  Entonces, manifestar, enunciar, daban cuenta de la existencia de la democracia y la esperanza de que nunca más iban a volver prácticas de muerte. De que podía existir la posibilidad de vivir sin censura, creando nuevos relatos.

Cuarenta años después, el concepto marcha nos invita a avanzar: a ir hacia adelante.  No solo desde lo enunciativo, sino desde la acción.  Los feminismos hace años venimos conceptualizando las vivencias de las mujeres.  Y buscando herramientas para cambiar la vida de todos.  Una vida más amable, donde los cuidados y el bienestar se compartan.   

Octubre, en MQNFT, nos encontró reflexionando sobre la autonomía de las mujeres.  

Hablamos de costos y de beneficios.  De cómo nos cuesta elegir lo que nos conviene.  Y de nuestra tendencia a conformarnos, pensando que así nos es menos costoso.

También retomamos el concepto de sintonía, en el que Marcela Lagarde y de los Ríos teoriza lo importante que es para la autoestima encajar en un colectivo de mujeres.  Es decir, identificarse positivamente con otras que cuestionan lo instituido que nos daña y perjudica.  Y es en esa sintonía que nos invita a ser autoras, a tener la capacidad de construir la voluntad de vivir a favor de una misma.

Releo los artículos periodísticos. Pienso en el contexto actual, en el peligro que corremos.  No quiero un futuro en el que estemos quietas, calladas, obedientes. Debido a que  #NOSTENEMOS las invito a preguntarse y a preguntarnos cómo vamos a seguir marchando.  Y, mientras construimos las respuestas, nos anhelo sororas, autónomas… pillas. 

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