Se me hace difícil elegir las ideas para escribir acerca de la maternidad y la migración. Dos vivencias por sí solas intensas. Pensarlas juntas hace que vuelvan al presente muchos recuerdos de sentimientos olvidados. Porque mucho de lo que elegí dejar atrás con la migración tuvo que ver con la maternidad. Con alejarme de tantos malos ratos y conflictos con los padres de mis hijes y mis padres, la presión de estar sosteniendo sola a mis hijes, el agotamiento por intentar tener trozos de vida más allá de mi rol materno y el nerviosismo por todos los sentimientos de culpa y la sensación de no estar haciendo lo suficiente a pesar de estar dándolo todo.
Es muy fácil sentirme responsable de las desgracias, dificultades, inseguridades, frustraciones y rabia de mis hijes. Para ser responsable por ellos, para ser juzgada por los logros o los fracasos de ellos. “¿Dónde estaba la madre?” dicen tantas voces: pues trabajando, lavando, cuidando, pariendo, amamantando, cocinando, enseñando, corrigiendo..
Hay una parte de mi mente que intenta constantemente teñir las experiencias que vivo, en vez de engrandecerme y conocerme a través de ellas, me empuja a lugares oscuros en los que cada vez me hago más pequeña y miserable.
El conocimiento del feminismo fue clave para entender este proceso explosivo migración-maternidad. Sin él no se si hubiera podido sobrevivir estando en un país que no es el mío con 3 hijes en edad adolescente al mismo tiempo.
Cuando las voces depredadoras de mi mente me quieren llevar a cuestionar la decisión que tomé, recuerdo el cuento Barba Azul y me sostiene saber que finalmente abrí la puerta donde estaban todos mis cadáveres y pude vivir la vida mía.